Niño equivocado
- ¿Sí?
- Ayer lo vi a su esposo actual.
- ¿Cuál?
- Ése de bigotes.
- No, ése no es mi esposo actual.
- Bueno, su ex-poso.
un whisky es suficiente, dos son mucho, tres son poco.
Dicen que lo dijo Frank Zappa, y conviene no olvidarlo. No es que uno vaya a callar para siempre (la pasión tiende a impedirlo), pero al menos conviene tener presente la frase a la hora de abrir la bocota o clavar los dedazos.
El crítico Diego Fischerman, de Página/12, se especializa en música clásica y jazz. Hace algunos años no me perdía ni uno de sus artículos al respecto, por lo sustanciosos que me parecían en materias que me son más o menos ajenas. Sin embargo en los últimos tiempos me viene aburriendo bastante, sobre todo porque parece haberse contagiado del todo cierto cancherismo del medio para el que escribe, perdiendo por consiguiente mucho del rigor y el tino que lo caracterizaban.
Este domingo publicó un texto elogioso sobre el último de McCartney. Cito uno de los párrafos:
Chaos and Creation in the Backyard recupera un viejo placer para todo aquel que se haya educado con los Beatles: no saber cómo será la próxima canción. Es cierto, las letras no son gran cosa y no reflejan una gran madurez. Pero la historia de la música está llena de grandes autores de grandes canciones con letras fallidas e incluso con versos terribles como “que noche llena de hastío y de frío” o “era más blanda que el agua, que el agua blanda”, por no hablar de algunos de los poemas elegidos por Franz Schubert, Wolfgang Mozart o Hugo Wolf. Las canciones de Paul McCartney no son canciones de Bob Dylan, entre muchas otras cosas que no son (cerámicas cuadradas blancas, de 2,5 cm de lado, por ejemplo). Lo interesante es ver qué es lo que sí son. Y en ese sentido es necesario tener en cuenta dos historias que sólo en apariencia son la misma: la de los Beatles y la de la música pop.
Me parece advertir aquí un monstruoso cruce entre la erudición fina del “sabedor” y la trivialidad necia del “cheronca”. Más exactamente, diría que ésta se morfa a aquélla y lo que queda es algo así como una gansada culturosa.
Fischerman cree estar revelándonos algo novedoso, pero en el fondo sólo se trata de una obviedad de la que él parece acabar de enterarse: a una canción de Mc Cartney, ¡más vale que lo que le sienta es una letra de McCartney, qué si no! Lo mismo puede decirse si se habla de Bob Dylan, Los Twist, T-Rex, Turf, Arnaldo Antunes, Peteco Carabajal o Boris Vian.
Sospecho que el problema pasa por un gesto que a esta altura puede sonar algo anacrónico pero quizás no lo sea tanto: un crítico de géneros “cultos”, por serlo, se siente automáticamente capacitado para escribir sobre géneros “populares”, y entonces se apresura y en algún punto, en medio de algún que otro concepto interesante (que ojo, creo que no faltan en este texto), derrapa, y fiero. Se equivoca Fischerman al escribir creyendo que superó del todo la antinomia culto-popular. No es tan fácil lograrlo, y hasta diría que es imposible estar a salvo a cada momento y para siempre.
Otra cosa es lo que en el mismo medio escribió Eduardo Fabregat (linkeado más abajo, en la entrada sobre Fabi Cantilo). En ese caso lo que se lee es la voz de un crítico de rock, contándonos lo que le pareció el disco con una prudencia que yo asociaría al contexto de inmediatez de la noticia. Porque el disco de Paul para mí, es como un alcaucil de carnosas capas a cuyo corazón es exquisitamente moroso el arribo. Esa comparación es, y espero sepan perdonar, toda mi danza arquitectónica al respecto.
Por lo demás, saboreo y callo.