Taller Literario Zimmer. Hoy: Alejandro Sanz
Después de su ultima sesión, Zimmer advirtió que la labor de tallerista literario de rockeros no es para cualquiera. “¿Cuánto más voy a aguantar?”, se preguntó, consciente de lo que desencadenan ciertas letras de rock en su temperamento volátil.
Pero como la convocatoria ya surca sin retorno el ciberespacio, el literato pidió ayuda a quien vendría a ser su mejor amigo en la actualidad: su ex suegro.
“Nomás con una cosa vas a poder soportar semejante laburo”, le dijo el viejo, y le dio una bolsa llena de muestras gratis de poderosos ansiolíticos. “Agradecé que mi hija te dejó por un visitador médico, que si no...”, agregó de paso.
Así es que Beto Zimmermanni ahora se la pasa lo más pancho en su mesa del Royal. Su sensación es la de estar sobre una silla de aire, acunado por la música de aires africanos que ejecutan las bolas de billar al chocarse. Cuando siente que sus sentidos se adormecen demasiado, apela a la ginebra: según él, ayuda.
- ¡Gusto en conocerte, chaval! –irrumpió de pronto una voz medio ronca en la niebla zimmermanniana.
- ¿Ah...? –trató de despabilarse Zimmer. – Beto, me llamo...
- Pero hostias, ¿cómo es que no me reconoces?
Cuánto hubiera deseado Zimmer no reconocer lo que reconoció: Alejandro Sanz en persona había cruzado el océano para recurrir a sus servicios.
- Eehhh... –trató de reaccionar, algo contrariado- Esto es para rockeros, me parece que no leyó bien.
- ¿Y qué soy yo, pues?
Zimmer reflexionó para sus brumosos adentros: “En fin, si Miguel Ríos allá pasa por rockero, éste debe sentirse poco menos que Angus Young”.
- Venga, maestro, cuéntame: qué te parece lo mío.
- Vea, Sanz: esa canción suya No es lo mismo me parece admirable, un prodigio de letra, che.
- Pues me halagas, Beto –dijo Sanz, echándose aliento en una mano y frotándosela en el pecho.
- Sí, algo increíble lo que usted logró ahí.
- Vaya... ¡Pero cuéntame, Betillo, cuentame qué ves allí, me interesa sobremanera!
- Nunca vi que se pusieran tantas palabras juntas al servicio de no decir nada. Ni los dadaístas, mire lo que le digo.
El astro peninsular quedó helado. Gervasio, el mozo, sirvió las ginebras, y Beto le hizo a Sanz un gesto con la mano para que echara un trago a modo de descongelante.
- ¿Pero cómo...? –reaccionó el ibérico al rato- ¡Si ésa es una de mis letras más profundas!
- Sshhh, hable más bajo, Sanz. La gente puede impresionarse escuchando cosas tan truculentas.
- ¡Pero es que a mis fans les encanta esa letra!
- Sus fans, sus fans... Mire Sanz, si yo vengo y armo una canción con “no es lo mismo montenegro que que un negro te monte”, “tubérculo que ver tu culo”, “taza de té que tetaza”, y treinta jueguitos de palabras más, me sale algo igual de profundo.
- No, Beto, discúlpame, en lo mío hay crítica social, compromiso político.
- Pongámonos serios, Sanz, su único compromiso es pesetero.
- Eurero, dirás –se le chispoteó al popstar, y de inmediato se le puso la cara como un tomate.
- Aparte usted le pega a Cuba. ¿Qué bicho le picó, Sanz?
- Pues lógico, Beto, es terrible lo que está pasando allí. Yo he estado, he visto.
- Sí, como tantos millones de gallegos debe haber estado en el Tropicana y en el bar de Hemingway, y volvió criticando a Fidel y espantado con la falta de libertad.
- ¡Pero eso es una dictadura, hombre, vamos!
- No se sulfure, Sanz, hágame el favor. Cuba está en guerra desde hace 46 años. Y no contra cualquiera. Si le queda algún abuelo vivo, pregúntele cómo es la vida en un país en guerra. Va a ver que a fin de cuentas en Cuba la cosa no está tan mal. Aparte el resto, su país incluído, no es ninguna pinturita ni mucho menos.
- ¡Guerra es la de Irak, gilipollas!
- Ahí tiene, Sanz, ahí tiene. Usted dele pegarle a Cuba, cuando en su propia casa la tenía a la morsa Aznar. Claro, contra ése no cantaba nada: sus fans también se mojaban las bombachas con él.
- ¡Diga usted lo que diga, yo me opongo a las dictaduras! ¡Chávez sigue en Venezuela con millones en su contra! ¡Yo dejaría de cantar si millones me lo pidieran!
- Ah, a propósito: yo firmé el petitorio por internet para que usted deje de cantar. Qué lindo que es vivir en democracia, ¿nocierto, Sanz?
- Pues que me tienes harto, tío, no sé para que vine –se hartó el español, levantándose y dejando un euro sobre la mesa.
Mientras lo veía alejarse en su Mercedes por las calles de Alta Córdoba, Zimmer sacaba de su bolsillo un frasquito de sus ansiolíticos.
- Gervasito querido: no sabés lo bien que me están sentando éstas –le comentó al mozo, y se echó tres pastillitas al buche.
1 Comments:
Excelente!.
Vaya a saber qué opinaría Mr. Zimmer de Melendi y de la letra de esta canción ! Salud!
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