miércoles, septiembre 7

Macedonio

Los palos a la feria del libro de Córdoba, a esta altura, me aburren casi tanto como los palos a W. Bush. Me dirigí, entonces, a las carpas de la plaza San Martín con todas las ganas de verle lados buenos al veinteañero evento.
El empeño parecía vano, pero en tiempo de descuento, justo en uno de los últimos stands, me encontré con una feliz sorpresa: ediciones cordobesas de Macedonio Fernández.
Papeles de recienvenido trae como prólogo una entrevista de César Porcio al autor para La Nación, en 1930. Cuelgo un pasaje sin desperdicio.


Mientras Macedonio sanciona con su sonrisa un largo crédito a mi favor, yo arriesgo toda mi intimidad en una pregunta.

- Me pide Vd. que le cuente una "aventura pintoresca" de mi vida. Le contaré la más estupenda de todas: la que tuve con el azar. Yo estaba por aquel entonces en Mar del Plata, abocado a un doble problema de veraneo y de ruleta. Parado largas horas ante la distraída indiferencia del "croupier", descubrí un sistema que me abría para siempre las seguridades de la fortuna. Convencido que el azar no se podía prever, traté de corregirlo, como si fuera un chico malcriado. El secreto consistía en ir modificando las puestas, hasta encontrar en las "chances" desfavorables la posibilidad de perder menos que en las que ganáramos. La combinación no era mala, y yo -bueno es que lo confiese- estaba bastante orgulloso de ella. Pero figúrese cuál no sería mi sorpresa al descubrir un día que ¡doscientos años antes! ya me la había plagiado D'Alembert...

Es que es inútil -añade Macedonio con otra sonrisa-: hemos llegado a una época en que uno ya no se puede fiar de la gente ilustre del pasado. Porque es bueno que le aclare que en otra oportunidad me ocurrió también lo mismo. Después de largas meditaciones, yo había llegado a la conclusión de que el sueño es un correlativo fisiológico de la alternación astronómica de la noche y del día; de manera que si nunca se hubiera puesto el sol, al primer hombre le hubiera resultado tarea bastante difícil el encontrar una hora para dormir. Leyendo mucho más tarde "Fisiología del gusto", de Brillat-Savarin, tuve el desagrado de encontrar allí mi idea exactamente expresada. Después de eso, ¡como para creer en la probidad de la gente que ha pasado a la historia!...