jueves, diciembre 20

Cuánto valés


Uno de los responsables principales de la catástrofe fue Juan Domingo Perón. Cuál más, cuál menos, todos los políticos demasiado ambiciosos son hipócritas, y podría decirse que, en el sistema llamado democrático, para poder obtener la mayoría hay que conformar a demasiados sectores a la vez, lo que obliga necesariamente a la hipocresía. Pero en el caso de Perón, si tuviésemos que definir su atributo principal, no cabe ninguna duda que ese atributo es la duplicidad. Esa duplicidad es la característica constante de toda su carrera política, y probablemente de su vida privada, que guardaba celosamente en secreto pero que, bajo la apariencia de la sencillez espartana, ocultaba una avidez desmesurada de riquezas y, según parece, una fuerte tendencia a la avaricia. Es verdad que era demasiado inteligente como para incurrir en la ostentación vulgar propia de los otros jerarcas de su partido, como el actual presidente Menem, su discípulo, pero allí donde hay algún alto dirigente peronista siempre flota un tufo a millones de dólares obtenidos ya sea por tráfico de influencia, o de cosas peores todavía, por extorsión de bienes públicos, o por racket sindical. El ex gobernador peronista de la provincia de Santa Fe, el contador Vernet, tiene un juicio por defraudación de 40 millones de dólares; el ex intendente fue destituido y estuvo presopor estafa; y el que debería ser el actual vicegobernador está prófugo, entre otras cosas, por tráfico de drogas. La corrupción, que es una constante en la vida política argentina, es el rasgo constitutivo de la burocracia peronista, lo cual es doblemente repugnante en su caso porque esa burocracia pretende representar a los desposeídos.
La duplicidad moral y política de Perón ha sido siempre tan evidente que desde el mismo día en que asumió el poder, la erigió en principio: su doctrina, el "justicialismo", no era ni comunista ni capitalista, sino que representaba una "tercera posición", pero en claro no se trataba más que de un menjunje paternalista y populista, con veleidades de fascismo, doctrina que había podido observar en Italia durante varios años como agregado militar en la embajada argentina en Roma. Perón era un político hábil, pero un gobernante inepto y un economista deplorable. Llegó al poder un un país rico y lo dejó pobre y endeudado. No es posible reconocerle más que una virtud, pero que es consecuencia justamente de su duplicidad: su espíritu conciliador. Desgraciadamente, su irreprimible propensión al doble discurso lo inducía a extremidades verbales puramente teatrales que sus partidarios más coherentes y sinceros que él, tomaban al pie de la letra con las consecuencias que pueden suponerse. Así, en junio de 1955, un golpe de Estado contra su gobierno comenzó con un bombardeo infame y criminal a la población civil de Buenos Aires, y esa misma noche Perón pronunció un discurso incendiario, diciendo que por cada peronista que cayese caerían cinco de sus adversarios. Las masas peronistas, inflamadas por agitadores, salieron a quemar iglesias (los católicos, que habían apoyado a Perón al principio, habían pasado a la oposición) y algunos locales simbólicos de la "oligarquía", sin saber que, en el mismo momento, Perón les estaba proponiendo a sus enemigos, algunos de los cuales estaban en la cárcel, la constitución de un gobierno de "reconciliación nacional". Tres meses más tarde, cuando fue derrocado, en septiembre de 1955, mientras sus partidarios, civiles o militares, seguían combatiendo para mantenerlo en el poder, él negociaba con sus adversarios su salida subrepticia y humillante en una cañonera paraguaya anclada en el Río de la Plata.
En el léxico ético-político del peronismo la palabra "traidor" es sin duda la más frecuente. Además de revelar el turbio clima paranoide que caracteriza a los debates de ese partido, hay que hacer notar que el fundador del movimiento sería el primero en merecerlo. Con un discurso diferente para cada interlocutor, con el fin de mantener la cohesión del "movimiento" durante los dieciocho años que duró su exilio en Paraguay, Panamá y Madrid, lo único que logró fue crear en el interior del mismo corrientes irreconciliables, de extrema derecha y de extrema izquierda, que iniciaron desde mediados de los años sesenta una lucha sangrienta por la supremacía. Si pongo la palabra movimiento entre comillas, es porque Perón la prefería a la palabra partido, ya que, como lo explicó muchas veces, un movimiento puede incorporar sectores diferentes de la sociedad, en tanto que un partido sólo sería apto para representar a uno solo de esos sectores: como puede verse, la tentativa alquímica de mezclar el agua y el aceite era la ilusión constante de este general. Los marxistas, aplicando los análisis del 18 Brumario, lo llamaban bonapartista; los liberales, fascista; muchos lo consideraban un reformador socializante; otros, como un campeón del anticomunismo; durante años, fue el niño mimado del Vaticano, que terminó por excomulgarlo; los industriales se dejaban entusiasmar por sus discursos desarrollistas y paternalistas ("los obreros son como criaturas"), y los proletarios lo adoraban como a un dios; profería discursos de un antiimperialismo incendiario al mismo tiempo que firmaba contratos petroleros leoninos y humillantes con compañías americanas (lo que precipitó su caída en 1955); tenía el poder de adormecer la voluntad crítica de sus partidarios y de fascinar a muchos de sus enemigos en razón de que eran, en su mayor parte, tan despreciables como él; se lo llamaba el General, el Líder, el Hombre, el Potro: todo esto por antonomasia. De tanto en tanto, del mismo modo que los campesinos mexicanos decían que Emiliano Zapata iba a volver en un caballo blanco, los pobres de la Argentina afirmaban que volvería en un avión negro: pero en tanto que Zapata había sido escamoteado por una muerte definitiva, Perón vivía en una villa lujosa en un barrio residencial de Madrid, con una buena cuenta en Suiza, en la intimidad de la familia Franco y de todas las dictaduras de Latinoamérica.
Perón no tenía ningún ideal político; sus veleidades de pacificador, a medida que la tormenta ennegrecía el cielo de la Argentina, eran otro síntoma de esquizofrenia, porque su principal ocupación durante los dieciocho años que estuvo en el exilio fue echar leña al fuego. Obnubilado por su espíritu de revancha y por su megalomanía, su única obsesión era recuperar el poder, con tanto desprecio de las formas, que en 1973, impedido de volver al país a pesar de que su partido había sido legalizado, presentó un candidato de confianza que accedió a la presidencia con una mayoría más que confortable, y lo hizo renunciar veinte días más tarde para venir a ocupar su lugar. Cuando volvió, un millón de personas vino a recibirlo al aeropuerto, pero alrededor del palco oficial un tiroteo entre las distintas facciones del "movimiento" causó una buena cantidad de muertos y heridos y se prolongó durante toda la tarde, tasta tal punto que el tan esperado avión de Perón tuvo que ir a aterrizar a un aeropuerto militar, y el millón de personas que había ido a recibirlo tuvo que volverse a su casa sin haber visto al general.
La táctica irresponsable de estimular todas las tendencias alcanzó el paroxismo a principios de los años setenta, en que la extrema derecha y la extrema izquierda endurecieron sus posiciones; en tanto que los grupos de izquierda recibían su beneplácito y su ayuda financiera (cuando no era lo contrario), su secretario privado, José López Rega, personaje siniestro, astrólogo, oscurantista notorio y mentor de la mujer del general, Isabel Perón, ex bailarina folklórica, creaba la Alianza Anticomunista Argentina, un grupo terrorista parapolicial especializado en secuestros, exacciones, asesinatos políticos y toda clase de delitos comunes. La famosa tercera posición de los años cuarenta, que pretendía reconciliar obreros y patrones, equidistando armoniosamente del capitalismo y el comunismo, en los años setenta se había convertido en una fraseología más hueca todavía que la primera, destinada a apaciguar dos bandas de pistoleros, y que sonaba particularmente ridícula entre el tableteo de las ametralladoras y el fragor de las explosiones.

Juan José Saer, El río sin orillas (1991)

viernes, diciembre 14

Algunos apuntes sobre La vida de los otros


La película-que-gustó-a-todo-mundo del año, lo que desde el vamos me indujo a tomar demasiadas precauciones antes de verla. Y si el cine es en alguna buena medida también su repercusión, me he sentido bastante tentado de considerarla la peor del año (claro que existiendo un bodrio inmundo como En busca de la felicidad de Gabriele Muccino...). Todos boquiabiertos y profiriendo loas sobre un film solemne, que trata graaandes temas como la libertad, la intimidad, la creación artística... pero que en definitiva no parece ir mucho más allá del "qué barbaridad este comunismo, ahora estamos mejor"; género que dicho sea de paso, está bastante de moda en Rumania, que vende al mundo bellas películas sobre la abominable era Ceaucescu. Y tampoco me parece que la referencia al presente paranoico-vigilante de "guerra contra el terrorismo" sea todo lo notoria que debiera ser. A ver, redondeando: si hubiera sido una película del montón perdida en la cartelera, capaz que me gustaba un poco más. Pero como resultó ser la bleu-cinema paradiso-il postino-el sabor de la cereza-21 grs.-las horas-etc. del año que termina, siento un irrefrenable impulso de aborrecerla.

miércoles, diciembre 12

Objeto bizarro del año


Despierto de la siesta y prendo el tele. Cristina encara el tramo final del discurso con ojos húmedos. Con las defensas emocionales bajas, quizás por el sueño, la escucho hablar de Evita, de las “Madres de la Patria”, y terminar su discurso con las habituales formalidades grandilocuentes. De pronto me sorprendo… ¡frotándome los ojos! ¡Esta turra me emocionó!, pienso sin poderlo creer. Al rato, más despierto, vaya si me lo creo. El poeta tenía razón, estos peronchos son incorregibles y la balsa hay que tomar. Nadie como ellos para mentir con tanta sinceridad. Los otros sólo lo intentan, pero ellos (ellas) consiguen hacernos olvidar día a día, año tras año, de toda su larga cadena de canalladas. Ahí los tenemos, entonces: haciendo lo que les gusta, donde y como más les gusta.

viernes, diciembre 7

Ni Police ni Soda


No, gente. El que está robando es Seguí, el artista plástico. Miren esto si no: El Gaucho Urbano, con celular en el cinto y La Voz bajo el brazo. Al parecer Antonio ya se encuentra trabajando en dos nuevas obras: El Broker Rural y El Punga Baqueano.

Y hablando de ladrones...


… aprovecho para despedir al que un día reprochó a las madres de desaparecidos el no haber cuidado de sus hijos, y otro día, en una ex cárcel de mujeres convertida en shopping, hizo poner una plaqueta donde dedicaba la obra de gobierno a las presas políticas que habían estado allí. Tal es la amplitud de criterios de este paladín del “roban (¿y matan?) pero hacen”, que por fortuna va iniciando su natural proceso de descomposición cadavérica.