Taller Literario Zimmer. Hoy: León Gieco
Beto Zimmermanni se estira para desperezarse en su silla del bar Royal de Alta Córdoba. El movimiento, acompañado por un quejido de alivio, es tan extremo que lo hace levantar la mesa con la busarda. Tambalea el vaso de ginebra, pero Zimmer reacciona y lo caza al vuelo antes de que caiga y vuelque su preciado contenido. El literato no sabe si alegrarse por el líquido rescatado, o amargarse por la interrupción de la estirada.
- Tás hecho bosta, Zimmer –le dice del otro lado de la ventana el nenito que limpia parabrisas en esa esquina.
- Vo caiate –le contesta secamente el tallerista.
- ¡Uy culiau, mirá quién viene a verte!
- ¿Quién...?
En ese momento Zimmer levantó la vista, y vio a León Gieco acariciando la cabecita del niño de la calle.
- Cómo le va, Beto. Hace rato que ando con ganas de visitarlo, pero usted vio, los festivales...
- Lo invitan a todos, che.
- Así es... Permiso, Beto, voy a pasar.
El cantautor rosquinenese saludó, recibió palmadas, firmó autógrafos hasta en las calvas de un par de parroquianos, y se dirigió por fin a la mesa del tallerista.
- Así es la cosa, Zimmer –articuló mientras se sentaba-. Vengo de parte de un gran amigo.
- ¿De Attaque, de Callejeros o de Los Piojos?
- De Attaque.
- Flor de chanta, ése.
- Eh, ¿por qué dice eso?
- Tuve una muy mala experiencia viendo MTV hace unos días... Pero mejor no hablar de ciertas cosas.
- A lo nuestro.
- Sus canciones.
- Exacto.
- ¿Oyó hablar del malditismo?
- Claaaro.
- ¿Y del buenazismo?
- Ah no, de eso no.
- Usté es gran exponente.
- ¿Eh?
- Da asco de buenazo, usté...
- Qué me está queriendo decir.
- ¡Que la corte con sus mensajes del alma en el país de la libertad, Gieco! ¿O no le extraña eso de estar cayéndole bien a todo el mundo?
- ¡Pep...! ¡Perop...!
- Si reparara usted en la catadura de ciertas gentes que gustan de su música...
- ¡¡¡...!!!
- ¡Epa, Gieco, momento, qué le pasa!
- ¡¡¡...!!!
- ¡Se está poniendo verde! ¡Los músculos le están rompiendo la ropa!
El autor de Sólo le pido a Dios, ya definitivamente transfigurado, atravesaba el bar vociferando con rugidos monstruosos:
- ¡Cárcel a los milicos hijos de puta! ¡Libertad a Romina Tejerina! ¡No a las papeleras! ¡Fuera yanquis de Irak! ¡Por favor, perdón y gracias!
Mientras el bar entero lo aclamaba y cantaba olé olé olé león león, Zimmer sorbía su ginebra como quien se desangra.