Empanaderos santiagueños
Son dos, y parecen hermanos. Gordos y campechanos, atienden juntos en un boliche sin más ornamentos que el mostrador, el horno, la mesa, y una heladera con bebidas. Si no hay nadie en el local, ponen unas sillas en la vereda y se sientan a tomar mate. A veces uno llega y están escuchando fútbol por la radio. Sus productos son suculentos, sabrosos y chorreantes. No escatiman ingredientes ni tamaño, y no me quejaría si cobraran uno o dos pesos más la docena.
Son amables, tranquilos y discretos. No como su coterráneo de la otra empanadería del barrio, con su pequeña parafernalia marketinera, y esa locuacidad simpática con que no deja de hacer chistes y contar a todo el mundo lo poco con que empezó y lo que hoy tiene a base de trabajo. Un raro caso de norteño parlanchín. Me pregunto cuántos litros de fernet con coca se habrá tomado para contraer tan aguda cordobesitis.
Son amables, tranquilos y discretos. No como su coterráneo de la otra empanadería del barrio, con su pequeña parafernalia marketinera, y esa locuacidad simpática con que no deja de hacer chistes y contar a todo el mundo lo poco con que empezó y lo que hoy tiene a base de trabajo. Un raro caso de norteño parlanchín. Me pregunto cuántos litros de fernet con coca se habrá tomado para contraer tan aguda cordobesitis.
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