lunes, diciembre 22
Esto es el ascenso. El ascenso, chicos,
el ascenso. Cambia la vida de todos. Del club y de todos nosotros, esto es así.
Esto es así, así, es un sentir, es un vivir ¿sí?... Hay que sentirlo y vivirlo ¿sí? Si no se siente es difícil ser esto ¿eh?... Es difícil progresar ¿eh?, si
no se siente. Hay que sentirlo ¿eh?... ¡Al borde de la locura, al borde de la
locura! ¡Así hay que ser! ¡La vida es eso!... ¡La pasividad
no… no tiene… no tiene margen!... No podemos ver… Entrar a ver lo que pasa... No
le ganás un tiempo ni un segundo tiempo... ¡¡¡Nada, nada le ganás!!!... ¿Por qué?, porque
no te regalan, siempre tenés que ir a buscar, la vida es buscar, de chico venís
buscando ¿sí?... ¡Y esto será el triunfo de todos, el deseo, de todos! ¡Familia,
todos!... Las emociones… Las emociones que vivimos cada día… ¡Cada día hay que
vivir las emociones!... Esto es ser jugador de fútbol, ¡¡¡fútbol, fútbol,
fútbol, fútbol!!!... Es lo que corre acá, ¡¡¡acá te corre, acá, acá, acá, acá!!!...
¿Eh? ¡Como hincha de Talleres!... ¿Eh?... ¡¡¡Hay que matar, matar!!!... ¡¡¡Así
hay que ser, asesino en la vida!!!... ¿Sí?... ¡Y se juega con esto, con
esto!... ¿Sí?... ¡Con esto, con esto!... ¿Sí?... No voy a ir a jugar a la playa,
¡uno más, uno más!... Pero tenemos a Ella… ¿Eh?... Tenemos a Dios, que está al
lado nuestro, ¿por qué, por qué, eh?... Porque tenemos objetivo, ¿qué
objetivo?... ¡Ayudar a la gente!... ¡¡¡Hay que ayudar a la gente!!!... ¡Hay que
mirar hacia la derecha, hacia la izquierda, para ver la pobreza que hay y el
hambre que hay!!!... ¿Sí?... ¡No hay que mirar para arriba y comprarse el auto
y el pantalón!... ¿Eh?... ¡Hay que mirar esto, hay que sentirlo!... ¡Así lo
transmito!... ¿Sí?... ¡Y entonces mañana…! ¿Eh?... ¡No nos vamos a ver a lo
mejor!... ¡El día de mañana, en un año, van a decir este es un loco!... ¡¡¡Noooo!!!...
¡¡¡Es fútboool!!!... ¡¡¡Esto es fútboool!!!... ¡¡¡Fútboool!!!... ¡¡¡Vidaaa!!!... ¡Así se vive, y así es lo que… lo que se juega!… ¡Como lo vivís, jugás!… ¡¡¡Como lo
vivís, jugás!!!... ¡¡¡No pasivooo!!!... ¡¡¡Activooo!!!... ¡¡¡Locuraaa!!!... Y
así, nos vamos en paz… Tranquilos… Hemos entregado todo… Talleres es la vida de
mucha gente… ¡¡¡Muchos niños!!!... Padre Nuestro y un Ave María por favor.
viernes, diciembre 6
Entender con la historia
Tambor de arranque
Francisco Bitar
Editorial Municipal de Rosario, 2012
En la contratapa de esta nouvelle, premiada en el Concurso Provincial de Literatura “Ciudad de Rosario” 2012, el jurado (conformado por Gabriela Cabezón Cámara, Damián Ríos y Sergio Chejfec) sostiene que “el relato propone un compromiso específico con el paisaje físico y social que describe, pero sale airoso de la amenaza previsiblemente realista que suele acompañar a estos paisajes gracias al tono desafectado de la narración”.
Dentro de lo innegablemente
certero de estas apreciaciones, llama la atención en ellas la alusión al realismo
como un peligro sorteado. Da la impresión de que los firmantes estuvieran
tratando de excusarse por premiar una obra de “realismo literario”, esa
tendencia a la que supuestamente se le ha pasado el cuarto de hora, y que muchos
critican por quedarse en la superficie de las meras “cosas” en lugar de ir más
allá.
En efecto, Tambor de arranque puede leerse como una
narración desafectada y concreta, en la cual los objetos (un fresno joven, un
auto, una cubetera, una jirafa de plush, un contenedor, y otros) asumen en
cierto modo un papel protagónico. Pero parafraseando al poeta brasileño Arnaldo
Antunes, de lo que aquí se trata es más bien de que “las cosas no tienen paz”.
No tienen paz porque tampoco la tienen los personajes de esta historia: hombres
que no pueden evitar echarlo todo a perder, y mujeres empeñadas en rehacer sus
vidas y salir adelante.
Así es el pequeño mundo de
este relato sobre el final de una pareja, la de Leo e Isabel, padres de la
pequeña Sofía. “¿Qué hacer con lo que termina?”, parece preguntarnos Bitar, y
lo hace con una serie de escenas sobrias y desoladoras que dejan al lector sin
respuestas. Como aquélla en que Isabel le cuenta a Mónica, su madre, una
historia que a ésta le resulta más fácil de seguir que de entender. Entonces,
según el narrador, “Mónica estaba dispuesta a hacer todas las preguntas que
hicieran falta para entender con la historia, no con el intelecto”.
martes, diciembre 3
Con tal de sobrevivir
de Ignacio Vanella
(Editorial Dos Mundos, 2002)
Hay quien dice estar harto de la dictadura, y a quien los desaparecidos le chupan un huevo. Hay también, cómo no, quien se aprovecha de esos temas como el peor oportunista.
En otros casos el gesto no es tan estratégico.
Casos en los que, como apuntó María Zambrano en su trabajo sobre la confesión
como género literario, “no se escribe por necesidades literarias, sino por
necesidad que la vida tiene de expresarse”. Y si el tiempo de la vida se
compone ante todo de una sucesión de experiencias, unas más relevantes que
otras, no ha de asombrarnos que muchas personas, de treinta y cinco años para
arriba, tengan para sí como vivencias determinantes aquéllas ocurridas durante
los llamados “años de plomo”.
“Es extraño cómo uno se acostumbra a considerar que el mundo
es el pequeño espacio por el que se transita cotidianamente”, pensaba
Rodríguez. “Cuando se vive en una ciudad, el mundo toma las dimensiones de una
ciudad; cuando se vive en un pueblo, el mundo tiene el tamaño del pueblo; y
cuando se vive en una pieza, el mundo se achica hasta las cuatro paredes de
siempre. Y uno se va acostumbrando a las dimensiones casi sin darse cuenta. Nos
acostumbramos demasiado pronto a cualquier cosa con tal de sobrevivir”, se dijo
mientras miraba desde arriba los patios que empezaban a llenarse de detenidos
que salían para tomar el recreo diario.
Esta novela, publicada ya hace más de diez
años, sirve como acabado ejemplo de esa tendencia testimonial. Si leemos los
datos del autor en la solapa del libro, y luego procuramos más info en
internet, llegaremos a la conclusión de que éste es el único libro de ficción
publicado por Vanella a la fecha. Como si Chau,
Rodríguez… hubiera respondido a una necesidad o pulsión puntual que lo
movió (según señala la citada solapa) a borronear sus líneas durante los viajes
en tren de la casa al trabajo y del trabajo a casa, allá por sus siete años de
estadía en Italia.
La lectura del texto abona largamente esa
hipótesis, la de una escritura ajena a toda necesidad de figuración literaria.
No es éste, sin embargo, un libro meramente confesional, ya que para el
registro de la experiencia (uno de sus propósitos clave) el autor recurre a
algunas precisas marcas de distanciamiento respecto de lo narrado. Tales son:
la tercera persona narrativa; la elección de un apellido de lo más común y
corriente para designar al protagonista; y muy especialmente, el tono llano e
imperturbable con que va desenvolviéndose un relato que pretende (y logra) ir
más allá del mero recuento de desventuras y padecimientos de un prisionero
político.
Este ejercicio de memoria a través de la
escritura, pese a referirse a un período más bien desdichado de la vida de
Rodríguez, acaba demostrando que en el fondo las cosas no son (no debieran ser)
tan tajantes a la hora del balance. Como en algunos libros de Primo Levi, en Chau Rodríguez… la vivencia extrema es
presentada no como tragedia, sino como circunstancia vital de la que, junto a
lo supuestamente peor, también pueden surgir las más genuinas muestras de
afecto y camaradería.
Entraron dos guardias, con
las fundas de sus pistolas abiertas y vacías, y le pareció reconocer a uno de
ellos. Si no se equivocaba, había sido compañero suyo en la escuela primaria,
cuando Rodríguez era el mejor alumno del colegio y el otro solamente el Ojudo
Gómez de sexto grado varones. En consideración a las circunstancias, Rodríguez
no hizo ningún ademán de saludo. Solamente siguió con la vista al guardia cuyo
rostro le parecía conocido. Cuando el uniformado lo miró, Rodríguez se dio
cuenta de que era su excompañero de escuela. El guardia avanzó hacia él con
paso decidido. Le ordenó que se desvistiera, y mientras giraba la cabeza para
observar dónde estaba y qué hacía su camarada, le preguntó si se acordaba de
él. Rodríguez le contestó que sí, y el otro le preguntó cómo había ido a parar
allí. Rodríguez respondió que alguien lo había “engarronado”. El Ojudo Gómez,
siempre mirando lo que hacía el otro guardia y hablando entre dientes, le dijo
que no se preocupara, que allí iba a estar mejor que en la Central de la Policía , y que si no tenía
nada que ver se iría pronto. Le hizo señas para que no se sacara los
calzoncillos. Le ordenó en voz alta que se vistiera, y girándose completamente,
avisó al otro guardia que ese detenido estaba listo.
El tono sereno del texto da cuenta no sólo de
la actitud con que se recuerda, sino además de aquélla con que se vivió, y con
que luego se procesó lo recordado. Como si Vanella nos quisiera aclarar que eso
de “hacer el aguante” no es cosa de guapos, pulentas o violentos, sino de seres
que se las arreglan para atravesar en estado de atención y calma los momentos
difíciles de la existencia.
De pronto,
algo empezó a moverse en el hueco del patio, y a la vista de Rodríguez, y sus
pensamientos dejaron de vagar para fijarse en la figura pequeña y gris que
asomaba, al principio con cautela y luego con confianza, al exterior. Perdido
en la inmensidad de un territorio tantos miles de veces mayor que su propio
cuerpo, el ratón dio algunos pasos y se frenó a olfatear el aire caliente.
Rodríguez, poco inclinado a sentir simpatía por los ratones, ni siquiera por
aquellos de los dibujos animados, valoró en ese momento la capacidad de
resistencia del animal. Pensó en las veces que había visto salir al patio las
cuadrillas de desinfección, que introducían en cada agujero un grueso cartucho
fumígeno de veneno, y no encontró explicación para la supervivencia de esa
criatura gris. Sin embargo, allí estaba, a pesar de las nubes tóxicas que
habían inundado hasta las celdas por varios minutos. Rodríguez pensó que un
animal tan resistente, con seguridad existiría mucho tiempo después de que el
hombre hubiese desaparecido.
Cuando Chau,
Rodríguez… se limita a dar cuenta de lo que su protagonista vio y vivió, se
potencia la fuerza de su relato. Pues aunque no resulte tan extraordinario lo
que allí se cuenta, es en esa baja intensidad donde surge la energía secreta,
la luz que nunca se va. Por eso creo
que a la novela le sobran la introducción sin título, y el epílogo titulado En casa. En esos pasajes, más reflexivos
que narrativos, se lee una pretensión de sacar conclusiones que al resto, esos
ascéticos dieciséis capítulos titulados con números romanos, no les hace falta.
viernes, julio 5
Secuelas indeseadas
Si tuviésemos que resumir en una palabra
el tipo de escritora que es Joan Didion, probablemente la respuesta sería que
es, ante todo, una investigadora. “La información es control” ha sido siempre
uno de sus lemas, y supo aplicarlo tanto en sus trabajos (la literatura, el
periodismo, los guiones para cine), como en las circunstancias concretas de su
vida personal.
En
este último aspecto se concentra Noches
azules, una “no ficción” autobiográfica en que la autora desmenuza, a su
manera fría, cerebral, “quirúrgica” por momentos, las circunstancias del
fallecimiento de Quintana, su hija adoptiva de 39 años. Un libro que si bien
puede leerse de manera autónoma, también funciona ineludiblemente como secuela
de El año del pensamiento mágico
(2005), donde Didion se refiere a la repentina muerte de John Gregory Dunne, su
marido, también escritor, ocurrida justamente en el marco de las primeras
internaciones de Quintana.
La
literatura surge entonces como una secuela de la propia vida, en el sentido de
que la autora elige valerse de ella, y de su particular manera de encararla,
para afrontar esa clase de sucesos que justamente conspiran contra sus
supuestas “armas” literarias: el plan, el cálculo, la confianza absoluta en el
raciocinio como fuerza organizadora.
La
publicación de El año del pensamiento
mágico prácticamente coincidió con la muerte de Quintana, y ambos sucesos
desembocan en Noches azules, donde si
bien el duelo aparece como tema, ya no es el principal. Como si ambas pérdidas
ya hubieran sido asimiladas durante la escritura del libro anterior, y ahora
aquella reflexión diera lugar a otra, no menos incisiva: la de asumir no ya lo
perdido, sino lo que queda aún por perder.
Sin
embargo no sería justo referirnos a Noches
azules como un libro meramente reflexivo, puesto que Didion, aún en las
circunstancias más penosas y agobiantes (y quizás como un antídoto para éstas),
no deja de revelarse como una narradora sensible y eficaz. Es entonces que
emerge una y otra vez el relato, y con éste una apuesta, nada complaciente por
cierto, a la vida.
Las
vivencias que recupera Didion, tanto pasadas como del presente autobiográfico
más inmediato, nos remiten a un sector social en particular: el de una clase
media-alta norteamericana ilustrada y cosmopolita. Asistimos entonces a
diferentes escenas en la vida de los Dunne-Didion, quienes así como se codean
con el lujo y las luminarias de Hollywood, también sufren la enfermedad y la
muerte a su particular manera. Ese arco de experiencias es retratado, tanto en Noches azules como en El año del pensamiento mágico, con un
detalle y precisión casi antropológicos que no llegan a eclipsar, sino al
contrario, las emociones de la aparentemente fría Didion.
Por
momentos puede resultar cansadora toda esta moda actual de la autorreferencia.
Pero como moda que es, pasará. Y entre lo que quede, seguramente encontraremos
unos cuantos pasajes de Noches azules.
Por ejemplo los que aluden al tópico del título: ese período del año, previo al
solsticio de verano, en que entre el día y la noche se interpone un lapso de
luz azul que viene del cielo y tiñe todo lo demás. Instantes en que el día
pareciera resistirse a abandonarnos, pero que en otro sentido, preanuncian la
inminente oscuridad.
lunes, febrero 25
Presentación en Córdoba!
El viernes 1 de marzo, a las 19:30, presentamos Soja en las banquinas en la Librería Universitaria (Félix Frías 60) con los amigos: Sergio Gaiteri (presentador), Pedro Sosa (guitarra) y Andrés Díaz (percusión). Todos invitados!
(De yapa, dos generosas lecturas de la novelita: Omar Genovese en Nación Apache, y Diego Vigna en El Lince Miope.)
sábado, diciembre 22
El acontecer sin fin
El acontecer sin fin
de lo que es y lo que ha sido,
con sólo ser parte de ello
ya es un asombro para mí.
El acontecer sin fin
de las olas contra los acantilados,
de las semillas que el viento arrastra.
El acontecer sin fin
de almas arribando constantemente
desde las costas de la eternidad,
de pájaros, abejas y mariposas
desfilando frente a mis ojos.
El acontecer sin fin
de los cuatro vientos cambiando de dirección,
las estrellas al anochecer, el sol saliendo de nuevo,
el canto de los pájaros justo antes del día.
Para algunos es como ir por la cuerda floja
con ojos vendados y temblando,
miedo y dolor a cada lado,
como ir por la cuerda floja…
El acontecer sin fin
de la guerra perpetua y la llaga del hambre,
de desear que llegue el día
y dios por fin corra esa piedra.
El acontecer sin fin
de lo que es y lo que ha sido,
con sólo ser parte de ello
ya es un asombro para mí.
martes, diciembre 18
Perdido como Riquelme
(Una reseña que tenía cajoneada.)
El empampado Riquelme
Francisco
Mouat
Libros
del Náufrago, 2011
144
páginas
Hay títulos elocuentes, reveladores, de
alto poder sugestivo, y títulos como el de este libro. Desde el vamos la
presencia de un americanismo, junto a un apellido que más bien sugiere
evocaciones de otro ámbito muy particular, sumergen al potencial lector argentino
en el desconcierto, lo sitúan frente a un enigma. Y tal contingencia no deja de
ser coherente con lo que aquél va a encontrarse en sus páginas.
En un principio, El empampado Riquelme se lee como una
crónica policial: la que indaga en el misterioso caso de un hombre desaparecido
en medio de un viaje en tren, y hallado cuarenta y tres años más tarde, sin
vida, en medio del desierto de Atacama. Un empampado, entonces, vendría a ser
alguien tragado no por la tierra, sino más exactamente, por “la pampa”.
Pero una vez despejada la
incógnita del título, surge otra menos fortuita y más insondable. Porque el
formato de la investigación periodística, pese a mantener sus señas de estilo,
va dando forma a un libro tan extraño y mutante como su propio tema.
El hallazgo en medio del
desierto de los restos de Julio Riquelme (prácticamente intactos a no ser por
el viento, el sol y el paso del tiempo), moviliza a Francisco Mouat, periodista
y escritor chileno. “Tengo una fijación –señala el autor en un pasaje del
libro-, no sé muy bien por qué, con los perdidos, con los que desaparecen y no
dejan huella, con aquellos sujetos que escriben con sus vidas una historia
mínima que apenas alcanza a tocar a los pocos que están cerca de ellos, con
suerte su familia, sus amantes y sus escasos amigos; seres humanos que
parecieran no afectar a nadie más en este planeta y cuyo destino no interesa
socialmente”.
Con esa fijación como
premisa, Mouat se dirige al sitio donde en 1999 fue localizado el esqueleto de
Riquelme, con ropa puesta y documentación en los bolsillos. Luego asiste a su
demorado velorio, y entrevista a familiares, compañeros de trabajo, allegados,
policías, funcionarios y especialistas de todo tipo, que más que ayudar a
resolver los interrogantes, contribuyen a multiplicarlos.
El creciente misterio hace
entonces que el relato vaya despegándose progresivamente del mero oficio
periodístico, para aventurarse en los terrenos de una tradición literaria que
se remonta por lo menos hasta las crónicas de Indias. Así es cómo de una muy
pequeña historia, van brotando temas antiguos y a la vez vigentes: la áspera y
silenciosa soledad del hombre americano; el vínculo padre-hijo, con su
complicada trama de cercanías y lejanías; el viaje como decisiva experiencia
interior, tanto física como psíquica; el desierto como obstáculo implacable de
los deseos y expectativas humanos.
Con todo, cabe destacar otro
modo en que puede ser leído El empampado
Riquelme: como el homenaje a una vieja guardia del periodismo, que hoy ya
se encuentra en franca vía de extinción. En plena era de globalización y
motores de búsqueda, Mouat le pone el cuerpo y el alma a su pesquisa. Allí
quizás tenga origen, en definitiva, la hondura de su testimonio: en el
ejercicio de un periodismo menos atento a los postulados corporativos, que al
entorno humano y social de su trabajo.
jueves, mayo 31
sábado, abril 28
miércoles, abril 18
viernes, marzo 30
En últimas, en asuntos de religión, creer o no creer no es sólo una decisión racional. La fe o la falta de fe no dependen de nuestra voluntad, ni de ninguna misteriosa gracia recibida de lo alto, sino de un aprendizaje temprano, en uno u otro sentido, que es casi imposible de desaprender. Si en la infancia y primera juventud se nos inculcan creencias metafísicas o si por el contrario nos enseñan un punto de vista agnóstico, o ateo, llegados a la edad adulta será prácticamente imposible cambiar de posición. Los niños nacen con un programa innato que los lleva a creer, acríticamente, en lo que afirman con convicción sus mayores. Es conveniente que sea así pues qué tal que naciéramos escépticos y ensayáramos a cruzar la calle sin mirar, o a probar el filo de la navaja en la cara para ver si corta de verdad, o a
internarnos en la selva sin compañía. Creer a ciegas lo que le dicen los padres es una cuestión de supervivencia, para cualquier niño, y en eso caben los asuntos de la vida práctica como también las creencias religiosas. No creen en fantasmas o en personas poseídas por el demonio quienes los han visto, sino aquellos a quienes se los hicieron sentir y ver (aunque no los vieran) desde niños.
A veces unas pocas personas, ebrias de racionalidad, al crecer, recapacitan y por algunos años adoptan el punto de vista descreído, aunque hayan sido educados de un modo confesional, pero cualquier fragilidad de la vida, vejez o enfermedad, los vuelve tremendamente susceptibles a buscar el apoyo de la fe, encarnada en alguna potencia espiritual. Sólo quienes estén, desde muy temprano en la vida, expuestos a la semilla de la duda, podrán dudar de una u otra de sus creencias. Con una dificultad adicional para el punto de vista que desconoce la vida espiritual (en el sentido de seres y lugares que sobreviven después de la muerte o que son preexistentes a nuestra propia vida), que consiste en que probablemente, por una cierta agonía existencial del hombre, y por nuestra torturadora y tremenda conciencia de la muerte, el consuelo de otra vida y de tener un alma inmortal, capaz de llegar al Cielo o capaz de trasmigrar, será siempre más atractiva, y dará más cohesión social y sentimiento de hermandad entre personas lejanas, que la fría y desencantada visión en la que se excluye la existencia de lo sobrenatural. Los hombres sentimos una honda pasión natural que nos atrae hacia el misterio, y es una labor dura, y cotidiana, evitar esa trampa y esa tentación permanente de creer en una indemostrable
dimensión metafísica, en el sentido de seres sin principio ni final, que son el origen de todo, y de impalpables sustancias espirituales o almas que sobreviven a la muerte física. Porque si el alma equivale a la mente, o a la inteligencia, es fácil de demostrar (basta un accidente cerebral, o los abismos oscuros del mal de Alzheimer) que el alma, como dijo un filósofo, no sólo no es inmortal, sino que es mucho más mortal que el cuerpo.
miércoles, marzo 28
jueves, marzo 22
miércoles, marzo 21
viernes, marzo 9
martes, febrero 14
domingo, febrero 12
sábado, enero 21
jueves, enero 5
miércoles, diciembre 28
jueves, octubre 20
martes, octubre 11
viernes, octubre 7
jueves, octubre 6
lunes, octubre 3
martes, septiembre 13
lunes, agosto 15
Dos mozos pierna
Lunes, 25 de julio [de 1949]. Borges contó el caso del comisario Bertoni. Se decía que hombres como el comisario Bertoni se habían acabado, que ya no habría más funcionarios con ese sentido del deber, de la justicia y de la responsabilidad. Una anécdota ilustraba estas prendas del comisario. Junto a la comisaría había un baldío y allá pastaba una potranca la que le había echado el ojo un muchacho del barrio, un mozo pierna. Una madrugada, en la seguridad de que no habría nadie, el mozo se le acercó sigilosamente, la volteó y se la cogió. Bertoni, que no era sonso y que estaba en todo, había maliciado las intenciones del joven vecino y esa mañana había madrugado más de lo habitual. Desde el alero de la comisaría, donde mateaba, vigilaba el potrerito. En el momento oportuno se apareció en el lugar del hecho y sorprendió al mozo. Con aquel sentido del deber y de la responsabilidad que ya no volverá a verse, le dijo al mozo: "Bajate los pantalones", y ahí nomás le rompió el culo. Borges recordó riendo que también en la Biblia se dice que hay que matar con la misma arma a la persona y al animal (Levítico 20:15-16).(Borges, Adolfo Bioy Casares; Edición Minor, 2010)
lunes, agosto 8
sábado, agosto 6
martes, agosto 2
sábado, julio 30
(1956-2011)
Son 9 y media de la noche del día que murió Bam Bam Miranda, percusionista de la Mona y de Guarango. Llamo a Sabores del Perú y pido para llevar: Porción de Rabas, Cebiche Mixto, Pescado a la Suiza. Don Cebiche, el dueño del restaurant, me dice que puedo pasar en quince minutos. Estoy en Residencial América, me da justo el tiempo para pasar por el 990 de Ducasse antes de retirar la cena en Alta Córdoba. Por allí voy, está lleno de autos estacionados y personas que van y vienen en la semipenumbra. Velorio en el 990, ésta sí que no la tenía. Si fuera creyente me habría persignado. Sigo viaje, subo por Lavalleja. Llego, la cuadra está llena. El cuidador peruano me indica la siguiente. Entro al ex Cebiche, hasta las manos como era de suponer. Atravieso las mesas y llego al mostrador del fondo, donde está Don Cebiche. Junto a él, mis tres bandejas ya embolsadas. Qué lástima que ya estén, pienso, me pierdo el pisco de la espera. Saludo a Don Cebiche.
Estamos de luto, ¿no?
Así es…
¿Usted estaba?
Sí, fue en el cuarto tema. De pronto de cayó contra uno de los parlantes ésos, los triangulares del escenario…
En fin. No se puede negar que la vivió, ¿no?…
Y, lo que pasa es que la droga… Había estado aquí almorzando, con la gente del Consulado…
Mire usted…
Y murió en el teatro, tocando música…
Como Domingo Cura, el bombista.
¿Ah sí?
Claro, hace unos años, en el San Martín pero de Buenos Aires. Estaba tocando con Chico Novarro, el bolerista, y cayó redondo.
Mire usted…
Así es…
En fin…
Se fue el Bam Bam…
Se fue Bam Bam...
Como Domingo Cura, el bombista.
¿Ah sí?
Claro, hace unos años, en el San Martín pero de Buenos Aires. Estaba tocando con Chico Novarro, el bolerista, y cayó redondo.
Mire usted…
Así es…
En fin…
Se fue el Bam Bam…
Se fue Bam Bam...
Pago, nos despedimos y salgo con las bandejas. En el zaguán, sobre un panel de arpillera, alcanzo a ver el afiche: Guarango con Bam Bam Miranda, Teatro del Libertador, 28 de Julio.
jueves, julio 28
sábado, julio 16
miércoles, julio 13
martes, julio 12
viernes, julio 8
miércoles, julio 6
adrián // jul 6, 2011 at 11:01 am
Soy de Belgrano. Estoy muy contento, naturalmente, pero a la vez conmocionado como tantos futboleros de este país. Porque vamos, que River se vaya al descenso es ni más ni menos que una cruda señal de que nada será como antes. Ya los días anteriores al partido de vuelta, uno podía encontrarse con hinchas de Boca pidiendo que River no se fuera. Y no es tan raro: ¿cómo puede reconocerse, identificarse uno, si ve desdibujarse a su villano?
Lo que percibo en este post, es que la intervención sólo se sostiene a partir de dejar de lado lo administrativo, decisión que me parece errada porque los hinchas tienen una expresión política-participativa en la vida del club, y es la del socio. Son los socios-hinchas los que votaron y dejaron hacer a Aguilar, y los hinchas no-socios lo vieron de afuera pero tampoco hicieron nada. Ergo, los hinchas, socios y no socios, también son responsables. Correr el cuerpo es una opción, pero no me parece la más adecuada.
En el trasfondo de este post encuentro ecos del rancio superclásico civilización vs. barbarie. Creo que ya se ha discutido bastante al respecto, y coincidiremos en que la afición futbolera, como la sociedad misma, será más o menos bárbara, más o menos civilizada, pero no una-cosa-o-la otra.
Y esta idea de ser “la civilización” (o “la aristocracia”) del fútbol, caracteriza a una buena parte de nuestra afición futbolera, y buena parte de esa buena parte… es de River y es sub-40. O sea los que se acostumbraron a ir a la cancha a que les sirvieran caviar, y hoy, que se les sirve un puchero desabrido, reaccionan de diversas maneras como bien se puede ver en este post y esta tira de comentarios.
PD: recomiendo esta nota de Página del domingo.
tomashotel
sábado, julio 2
jueves, junio 16
viernes, junio 10
lunes, junio 6
Para poner las cosas en términos beatlescos, si al día de hoy el cuarteto se debe su Sgt. Pepper, es porque los grupos viven en un permanente "período Hamburgo", con muchos espectáculos por año. Hay bandas que ofrecen hasta 5 conciertos por semana, y sus integrantes generalmente no encuentran tiempo para componer, tarea que recae en el arreglador del conjunto, que de acuerdo al estilo (y las expectativas de su público) selecciona el repertorio. El repertorio se nutre, a su vez, de tres posibles fuentes. La más común es el cancionero latinoamericano, de donde se extrae un éxito ajeno y se lo lleva al terreno cuartetero. La otra proviene de la pluma del arreglador o un miembro del conjunto. Y la tercera fuente son los compositores autónomos, que escriben canciones en las sombras para ofrecerlas a un grupo y luego, en caso de quedar seleccionadas, cobrar su parte en Sadaic.
José Heinz en Cuarteteando así, incluido en el más que interesante "informe-sobre-cuarteto-para-caretas-como-uno" de la Ciudad X de junio.
lunes, mayo 16
jueves, mayo 12
martes, mayo 10
viernes, mayo 6
martes, abril 26
Chocolate rancio
Soy de Belgrano, y por añadidura hay algo que no puedo negar: me agradan las derrotas de Talleres. De hecho, cada vez que el club de Barrio Jardín recibe un golpe duro (como el 1-5 del domingo pasado vs. Brown de Madryn) crecen las visitas a cierta entrada de este blog.
Pero resulta que hoy, leo sobre el reportaje radial que ayer le hicieron a Héctor “Chocolate” Baley, arquero del (para desgracia en mi caso…) memorable Talleres de finales de los ’70, y me vienen recuerdos...
Recuerdos de cuando jugaba al “baby fútbol” en el Centro Vecinal Suquía de barrio Empalme, y tras perder algún partido, mis compañeros y yo recibíamos agravios, y hasta insultos, del puñado de viejos chotos que concurrían diariamente a viejochotear a las instalaciones del club.
Me hiciste acordar de ellos, “Chocolate”. ¿Y sabés qué? Me diste asco.
Pero resulta que hoy, leo sobre el reportaje radial que ayer le hicieron a Héctor “Chocolate” Baley, arquero del (para desgracia en mi caso…) memorable Talleres de finales de los ’70, y me vienen recuerdos...
Recuerdos de cuando jugaba al “baby fútbol” en el Centro Vecinal Suquía de barrio Empalme, y tras perder algún partido, mis compañeros y yo recibíamos agravios, y hasta insultos, del puñado de viejos chotos que concurrían diariamente a viejochotear a las instalaciones del club.
Me hiciste acordar de ellos, “Chocolate”. ¿Y sabés qué? Me diste asco.
Bandeja de Entrada: Javier Adúriz
Enviado: lunes, 25 de abril de 2011 05:44:58 p.m.
Javier Adúriz mira los samurai, esos guerreros japoneses iniciados en el budismo zen que sabían, saben, mirar los límites de lo humano. El también sabía. Allí están sus poemas en los confines de muchas experiencias y el asombro: "Querido escuerzo / no me mires así / estoy de paso" . Los mira en esta ubicuidad que asumo para hablar sobre su generosa vida. Dadivosa, podría bien decir, para dar con el talante de este heredero de los bardos, ya que el humor de su corazón y los dones de la palabra rebasaron su apasionado cuerpo y con calma y dedicación abrazó no sólo el destino de la poesía, sino la complicidad de la amistad y su lugar en la tribuna, en el tablón. Sus amigos están de duelo, guardan silencio, tal vez escriban también su homenaje, aunque saben, con Javier, que... "A cada paso / vas hundiendo tus pies / en otra carne".
Apenas disfruté tres años de su cariño. Y parte del último sólo con noticias sobre su salud. Estaba consternado, el camión de la enfermedad se lo había llevado por delante. Pero no cedía, seguía planeando libros que publicó con sus amigos Pereiro, Sylvester, Oteriño y muchos más. Su familia excedía con creces el círculo íntimo de su querida Ana y sus hijos, a quienes les legó en vida:
"El atómico" declara su deseo
Dejo dicho, en caso de no atinar al piletón,
que lego mi flamante casco de corcho
a Agustín, y también las antiparras.
Para Isidro, el overol de loneta reforzada
amén de la flexible bigotera del abuelo:
Para Julieta el maillot, que aunque gordo
y con costuras, ella sabrá ajustarlo.
Para Román, el capirote de hule y los botines
que trajinados y todo, aún son de largo uso.
Para Lucía, el arnés y la mochila de lastre
que habrán de serle fieles para acunar los hijos.
A la señora, en cambio, mi dama, testo y dejo
que me dejo de joder con estos trastos.
Los amo, amigos, porque hicieron el significado.
La última vez que lo ví nos despedimos en la parada de un colectivo. Me fui extrañándolo en un silencio donde las vivencias compartidas y sus poemas gravitan.
Cuando lo conocí, nos bastó unos minutos para sondear los andariveles inciertos de los poemas cumpas, para encontrar los guiños de la noche. Cuando le dije que viajaba a menudo a Buenos Aires, desde mi Córdoba, ahí mismo me ofreció hospedaje en su departamentito de Peña, donde tenía el taller de escritura. Allí, hay varias imágenes budistas. Le fascinaba ese mundo habitado de aire y bruma, en una danza perpetua, que lentamente el vacío rodea. La respiración a él se le antojaba con tabaco, y así teñida encontraba su norte, su pálpito, sus goles.
En La verdad se mueve, un proverbio zen que cita al comienzo del libro, escribió:
"Oís el río, Okusai? No está lejos.
Tiene el sonido ambiguo de la vida.
Son como cascotitos limpiándose
con la corriente, algo múltiple.
Prestá atención. Detrás del ruido
se ve el nacimiento rudo de las cosas,
eso íntimo, desesperado casi, casi
enorme en su notoria nimiedad.
que me pongas esa cara de tintorero
feliz. Dejate ir nomás, un poco.
¿O vinimos nada más que para esto?"
Antonio Moro
Breve Noticia Biobibliográfica:
Javier Adúriz, poeta argentino, nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires, falleció el 21 de Abril de 2011. Se dedicó a la docencia y colaboró en varias publicaciones de poesía. Fue director de la publicación León en el Bidet. La revista Omero/poesía le dedicó un número monográfico con antología: Vámonos con Pancho Villa y otros poemas, en 2002. Colaboró regularmente desde su fundación en la revista “Hablar de poesía”. Ha escrito numerosos ensayos sobre literatura argentina y realizado versiones de poesía inglesa en la colección “Traducciones del Dock”, que dirigió hasta su fallecimiento. Codirigía con Oteriño y Sylvester la colección "Epoca", en Ed. del Dock, donde publicó textos sobre la poesía.
Obra poética:
* Palabra sola
* En sombra de elegía
* Solos de conciencia
* Égloga brusca
* La forma humana
* Canción del samurai
* La verdad se mueve
* Esto es así
Varios poemas de Javier Adúriz han sido musicalizados por el compositor Juan María Solare, como:
* Más allá del amor (mezzosoprano, clarinete, viola, cello)
* Mala leche (canto y piano)
* Tiempo (para coro)
* Sombra (para coro)
"Antes de irme / voy a colgar la ropa / en una percha"