jueves, julio 7

Write Show

En un blog pueden tratarse asuntos de interés casi nulo para el grueso de la población. Uno de ellos es la constatación de que el riquísimo producto Danette, una vez lanzado al mercado y aceptado masivamente, trae menos contenido que en su versión original. Otro, sobre el que paso a hacer algunos apuntes, son los escritores. Más exactamente, para reducir geométricamente la relevancia del asunto: las polémicas entre escritores.
Salvando raras excepciones de un lado y del otro, los escritores en las polémicas tienen algo en común con los escritores en las películas (no digamos en la tele, si no más de uno recordaría aquel ridículo personaje de Manuel Callau en Gasoleros y el tema perdería desinterés masivo): el acento sobre sus personalidades más o menos excéntricas.
Un escritor de película suele ser más o menos brutalmente honesto, irresponsable, ácido, cínico, descuidado con esposa e hijos, borrachín, entre otros rasgos estereotípicos. Y como la "realidad" suele construirse en base a mitos, la commedia mediática de los escritores también impone sus ¿divertidos? personajes: el racional, el académico, el niño terrible, el vanguardista, el tirabombas, el viejito piola, el viejito gruñón, el periodista, el crítico, el premiado, el no premiado y otros, todos compitiendo con sus respectivas fórmulas de cómo debe ser la literatura.
El escritor de película suele tener su escena en la que desparrama frases supuestamente lúcidas sobre temas importantazos, tomadas a lo mejor de su propia obra. Salvo cuando la película es demasiado mala, esas escenas terminan siendo las más espantosas de todo el metraje. Es que la obra del escritor, dentro de la ficción fílmica, no funciona más que como otra piecita de las tantas que forman la trama. Claro que si esas citas o declaraciones plantean algún tipo de diagnóstico sobre la supuesta "temática" de esa ficción, el film tiene grandes chances de pasar por "inteligente". Supongo que los más intuitivos productores están muy al tanto de eso.

Con las polémicas de escritores ocurre algo parecido: parecen inteligentes, pero en buena medida no son más que bodrio bruto y barato. Los literatos-gallitos revolean sus espolones en procura de un botín no muy claro, y en el fragor no faltan maniobras de lo más rastreras. La popu, medio llena y medio vacía con escritores y no escritores, aúlla y putea enloquecida.

Todo al repedo; como si los libros no hablaran por sí solos... "Pero hay que difundirlos", se me dirá. Sí, bueno... sobre todo hay que escribirlos. En esas riñas, como en las películas, me parece que los libros están entre lo menos importante.