viernes, julio 1

Villanizaciones



Abundan villanos notables en mi memoria, especialmente del cine. Ejemplos al voleo: Hans Gruber en Duro de matar, Lex Luthor en Superman, el Reverendo Harry Powell en La noche del cazador. También de las letras, como los infames borgeanos, o Yago, el oscuro ladero de Otelo. Y la tele también tiene los suyos, especialmente en las series: la galería de malos de Batman, el incansable periodista McGee de El increíble Hulk. Y si bien me encantaría extenderme sobre este fascinante mundo, lo dejo para otro día porque de lo que quiero hablar no es de villanos, sino de "villanizaciones".

¿A qué llamo villanización?
Así como ciertas ficciones precisan de villanos, a ciertas construcciones ficcionales de "lo real" les corresponden "villanizados". La prensa, con su conocido formateo de noticias a partir de fórmulas (el policial, la catástrofe, el melodrama), suele oficiar como el más efectivo villanizador. Reparemos, por ejemplo, en el caso de Omar Chabán. De él, en los últimos meses, se ha mostrado una y otra vez imágenes de performances teatreras: Chabán hablando y gesticulando detrás de unas rejas; Chabán con una nariz larga, como de oso hormiguero. Un loco que se nos mofa desde la prisión, cual Dr. Lecter. Un payaso asesino, cual Robert "Arlequín" Powell.
En Córdoba tuvimos hace poco un resonante villanizado: El Violador Serial, que se pegó un tiro unos pocos días antes del "ataque" chabanesco. "¡No te matés!", dicen que antes del disparo le gritó uno de los canas que lo acorralaban.
En aquel momento hacía unas pocas horas que se lo conocía como Marcelo Mario Sajen, pero ya contaba con una larga trayectoria bajo su mote más contundente, más atractivo, más ganchero.
También su aspecto había mutado, cual Falsafaz. Según la imagen difundida ese día por el mismísimo Sota (aquí el canalla será llamado siempre por su apellido verdadero, no el que inventó para darse alcurnia, con preposición y artículo), EVS había pasado a ser un turcazo cordobés grandote, con camiseta blanca de Air Canada, calvicie incipiente y ojos saltones mirando a cámara.
Habiendo vivido a cuadras de la casa "oficial" de Sajen entre el '81 y el '95, tengo la sensación de haber visto esa cara por las calles de mi barrio. Pero el rostro que no dejo de ver, con más o menos variaciones, desde que era así de chiquitito, es el de la encarnación anterior de EVS.

El famoso identi-kit del "individuo de cabeza redonda y rasgos norteños, de entre 1.65 y 1.75 de altura y cabello negro y corto", ése que editó la Policía de Córdoba a partir de datos aportados por las víctimas, y que distribuyó la prensa, y que se exhibió en kioscos, verdulerías, boutiques, gimnasios, farmacias, cybers, bares, academias, etc., especialmente en la zona de Nueva Córdoba, el barrio preferido por EVS para sus ataques, ese retrato, me recuerda: a un entrenador de baby-fútbol de mi infancia, a un celador que tuve en la secundaria, al guardia de seguridad de la cuadra donde trabajo... a cientos, a miles de tipos. Porque Córdoba, como gran urbe mediterránea que es, recibió y recibe gente del norte, de las regiones andinas, personas que vienen a buscarse una vida acá como laburantes, estudiantes o lo que sea. De hecho, cuenta la leyenda que el fundador de esta ciudad llegó del norte con una comitiva de cincuenta coterráneos y no sé cuántos miles de indios y negros.

(Descendientes de éstos ya no quedan; de no ser así, ¿cómo sería el identi-kit?)

Quiero decir, entonces, que esa cara del identi-kit puede verse a diario en las calles de esta ciudad. Hay, por ejemplo, un verdulero del barrio San Vicente que es de lo más igualito al dibujo que se puede encontrar. Resulta que una mañana de mediados del 2004, una de las víctimas de EVS lo vio caminando por una plaza y lo hizo encanar, convencida de que era él, era él, era él. 40 días en naca se comió el verdulero, hasta que el ADN dio negativo, lo largaron, y al final la mafia sotoide paró la bronca judicial dándole un puestito de empleado público.
Y como ese verdulero, hubo unos cuantos más.

Sajen se dedicaba al negocio de los autos choreados, en el que es difícil prosperar sin contactos policiales. Al parecer, pisaba fuerte en su cuadra. Los testimonios de sus vecinos revelan el respeto que le tenían. No creían ni querían creer, por aquellos días de su persecución final, que el serial era él. Hoy día no deben faltar los que siguen negándose a creerlo. "Marcelo era un muchacho tranquilo , callado, tímido -contaba una vecina-. No molestaba a nadie, acá todos lo queríamos. Eso sí -agregó, pícara-, qué hacía él de noche, yo no sé".
Sajen tenía una mujer "oficial", yo diría que bastante linda, otra tapada, y cerca de ocho hijos sumando las dos familias. Ya había purgado condena por violación unos quince años atrás, por un hecho sucedido en Pilar, un pueblo distante 60 kilómetros de Córdoba donde había residido. Hasta el día de hoy se le han comprobado 94 ataques en Córdoba, y siguen saliendo pruebas positivas de ADN. Puedo imaginármelo, mientras se difundía el retrato del "norteño", diciéndose para sí mismo las palabras que les escuché decir más de una vez a un par de cacos que conocí: "A mí los botones me chupan la pija".

¿Saben qué? Menos mal que Sajen no le hizo caso al cana y se pegó el tiro. Si no, tendríamos que ver escenas patéticas como las de los familiares de víctimas de Cromañón frente a los domicilios de Chabán, sólo que a las puertas de juzgados y cárceles cordobesas. Ahí estarían, azuzadas por prensa, políticos y ciudadanía, las desdichadas víctimas del sátiro echando leña al insoportable fuego de sus memorias atormentadas. El grupo que ellas y sus amigas formaron se llama "Podemos hacer algo". ¿Qué? La misma indeterminación de la consigna se presta a que sociópatas más solapados pero no menos peligrosos que Marcelo Mario Sajen sigan aprovechándose de ellas. Las chicas piden Justicia. También Seguridad, para que hechos tan aberrantes no vuelvan a suceder. Lamento comunicarles que si Justicia significa Cárcel, en las condiciones vigentes y con todo lo que ello implica en el caso de un violador, seguirán sucediendo tales hechos. Cada vez más, dentro y fuera de las jaulas.

Y hasta acá llego, una náusea me ahoga...