La vista gorda
Cuando El Aviador, la última película de Martin Scorsese, estaba en los cines, mantuve el siguiente diálogo con un amigo:
- Sabés que no sé qué tantas ganas de verla tengo.
- ¿Por?
- Y... leí por ahí que el personaje real era un filonazi, antisemita, anticomunista, racista, y que la película no muestra nada de eso.
- Bueno, si se trata de un multimillonario yanqui, es obvio que el tipo va a ser todo eso.
Pasaron algunos meses, y por fin saqué El Aviador en video. Comencé a verla recordando el comentario de mi amigo; es decir, no dando bola a detalles obvios, y concibiendo a ese Howard Hughes como una criatura 100% ficcional, encarnación del mito del millonario omnipotente hasta la chifladura. No me fue nada costoso, sobre todo por mi escaso conocimiento sobre el individuo extra-ficcional.
La película es entretenida de principio a fin, lo que no es poco decir. (Anoche vi en el cine Guerra de los mundos, atrapante hasta cierto punto en el que Spielberg se copia a sí mismo las viejas escenas con dinosaurios bebés en espacios cerrados, ahora con marcianos en un sótano. De ahí en más, todo se va yendo a pique hasta el miserable final.) Hay escenas memorables en El aviador, como el tremendo piñón que se da Hughes a bordo de uno de sus modelos. Es notable, además, el retrato de ciertas facetas del temperamento atrevido y temerario del protagonista, como sus actitudes frente a los establishments político-económico (compañías de aviación, políticos, jueces) y cinematográfico (jerarcas de los grandes estudios, novias estrellas). También impresionan en la pantalla algunos reversos inexorables de su obsesión de futuro, como la asepsia obsesiva y la más cruda psicosis.
El relato seduce con semejante personaje bigger than life; lástima que Scorsese no llegue hasta el fondo más oscuro de su criatura. Porque si bien la observación de mi amigo tiene bastante de cierto, tampoco se puede hacer la vista gorda con lo de sorete que dentro o fuera de la ficción ha de tener un tipo como Howard Hughes. (Especialmente en tiempos en que Halliburtons y Bushs van con los tapones de punta adonde sea por el petróleo y el poder global.)
Hay una escena reveladora de la agachada del director. Allí, Howard se encuentra con la familia de su novia Katherine Hepburn. Durante un almuerzo, este conjunto de aristócratas liberales ilustrados intenta chucear por izquierda al aviador, y él les responde con una discreción y una altura difíciles de creer. Con lo bien que le hubieran hecho al personaje (y a la película) un par de buenas frases fascistas recalcitrantes, Scorsese elige pintar un idealista naif, más digno del Disney Channel que del complejo militar-industrial que en definitiva lo cobija.
Es una pena que en su afán de recibir un Martín Fierro, el artista que tan bien supo pintar al toro Jake La Motta clausure de manera tan burda un sector de su paleta.
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