Me acuerdo de una madrugada de domingo, en diciembre del año pasado. Estaba viendo un resumen anual con “los mejores momentos” de Rockódromo, el programa del productor de espectáculos José Palazzo. Imágenes de conciertos, de backstages, entrevistas, charlas informales, todo acompañado por los correspondientes títulos que explicaban lo que se veía en pantalla.
Todo así, normal digamos, hasta que de pronto aparecen imágenes de un show en vivo sin títulos ni anclaje alguno. La toma pertenece a una única y temblorosa cámara, ubicada a espaldas de los músicos, y de fondo se ve al público, abigarrado, enfervorizado.
Por la canción, que el sonido ambiente permite distinguir con alguna dificultad, reconozco que es un show de Callejeros. Después, mientras sigo mirando, me pregunto por qué la elección estética de difundirlo en ese formato tan disímil al resto del programa. Se me ocurre que podría ser una elección medio culposa, onda “bancamos a Callejeros, pero que se note lo menos posible”. Se me ocurre eso, pero en el fondo no sé, no entiendo, hay algo o mucho que no me cierra.
En fin. Tampoco sé muy bien a qué viene ese recuerdo justo después de leer esto.
Todo así, normal digamos, hasta que de pronto aparecen imágenes de un show en vivo sin títulos ni anclaje alguno. La toma pertenece a una única y temblorosa cámara, ubicada a espaldas de los músicos, y de fondo se ve al público, abigarrado, enfervorizado.
Por la canción, que el sonido ambiente permite distinguir con alguna dificultad, reconozco que es un show de Callejeros. Después, mientras sigo mirando, me pregunto por qué la elección estética de difundirlo en ese formato tan disímil al resto del programa. Se me ocurre que podría ser una elección medio culposa, onda “bancamos a Callejeros, pero que se note lo menos posible”. Se me ocurre eso, pero en el fondo no sé, no entiendo, hay algo o mucho que no me cierra.
En fin. Tampoco sé muy bien a qué viene ese recuerdo justo después de leer esto.
Pan y Circo
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