jueves, noviembre 30

¡EXTRA, EXTRA!

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

me intereso la nota pero no anda el link...saludos

2:15 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Uh sí, la borraron...
Pero no importa; hay que comparar este texto:
http://conejillodeindias.blogspot.com/2006/05/levrero.html

con este otro (lo copio entero porque para La Nación hay que registrarse):

Redescubrir lo cotidiano

LA NOVELA LUMINOSA
Por Mario Levrero-(Alfaguara)-544 páginas-($ 79)

Es nutrida la estirpe de escritores que se refugiaron en las páginas de un diario personal en procura de algo que su obra no lograba contener. Kafka escribe un diario para "extirpar la ansiedad" y Musil, para examinarse bajo el microscopio de su propia prosa; Jünger, para contrabandear el horror bajo la forma de "criptogramas" y Pavese, para ejecutar un implacable "examen de conciencia".

En su obra póstuma, La novela luminosa, el uruguayo Mario Levrero (1940-2004) parte de la pregunta acerca de si es posible narrar "ciertas experiencias extraordinarias" sin que se desnaturalicen. Según relata en el "prefacio histórico", empezó a escribir poco antes de una operación, como forma de neutralizar el temor al dolor y la muerte. La novela luminosa complementa y profundiza de modo ejemplar la trilogía comenzada con el relato El diario de un canalla y la novela El discurso vacío . Al igual que aquellos, se reconoce como una "autoterapia grafológica" y se estructura como un diario íntimo que permite, a partir de sus múltiples entradas, el ingreso a un universo peculiar como pocos. En computadora o rotring según el caso, Levrero señala con obsesiva prolijidad datos, suciedades y minucias de lo cotidiano. Fecha y hora marcan con indiferente perplejidad la sucesión de algunos amores, la eterna obsesión por novelas policiales de toda estopa, el insomnio, los cigarrillos, alumnos de talleres reales y virtuales, una creciente fobia por el exterior, la segura y satisfactoria recompensa de los triunfos contra los juegos informáticos, la fijación por las computadoras, el tango y la inquietante presencia del cadáver de una paloma en el balcón. Lecturas comentadas (algunas sorprendentes, como la fidelidad a la española Rosa Chacel; otras menos llamativas, como Burroughs), síntomas, el pasado y amigas.

En Levrero hay un permanente extrañamiento frente a lo cotidiano, donde hombres u objetos aparecen como fuera de foco, en una atmósfera entre ambigua y onírica. No por nada su obra fue tempranamente incluida por el crítico Angel Rama entre los "raros", ya que es "uno de los ejemplos más libres de imaginación que hayan conocido las letras uruguayas". Integró así una genealogía que lo emparentaba con Lautréamont, Felisberto Hernández, Armonía Sommers o Marosa di Giorgio.

Mario Jorge Levrero Varlotta (algunos de sus libros los firmó con su segundo nombre y apellido) fue fotógrafo, librero, guionista de historietas, humorista, pero sobre todo un escritor inclasificable que hizo de la ficción una muestra de acrobacia sin red pocas veces vista. Al recorrer su obra inverosímil, encontramos un primer relato que no corresponde a ninguna categoría académica ( Gelatina , 1968), los extraños cuentos de La máquina de pensar en Gladys (1970), una desopilante y absurda parodia de los folletines policiales, Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y Yo agonizo (1975), e incluso un mítico Manual de parapsicología , convertido en objeto de culto en ciertos círculos. No obstante, comenzó a ser seriamente considerado a partir de tres nouvelles que, en palabras del propio Levrero, forman una "trilogía involuntaria": La ciudad (1970), París (1979) y El lugar (publicada primero como relato en la revista El Péndulo , 1982, y reeditada como libro en 1991).

Esta "trilogía involuntaria" encierra mucho de la alquimia levreriana: un mundo dentro de otro que se abre como una infinita pesadilla de cajas chinas que siempre conducen a un nuevo sitio, tan inédito como inesperado. Como en los juegos de espejos de Lewis Carroll, los sucesivos desplazamientos -precisamente, uno de sus mejores textos mereció este título- de los personajes y situaciones que se desarrollan en el universo de Levrero provocan una cautivante sensación de inseguridad a la que el lector se entrega agradecido.

La primera edición de El lugar tiene una advertencia de los editores: "Cuidado: Por aquí se entra al laberinto de la realidad". El texto traza una puesta en escena sobre el abismo: el autor escribe una novela en la que el personaje escribe una novela en la que a su vez cuenta que escribe una novela. La idea de escribir lo que va ocurriendo parece un salvavidas contra la locura. Primero fueron "anotaciones breves", mucho más tarde pasó todo a máquina y confesó que era un trabajo "que me hacía bien, más allá del cansancio físico, también saludable, que me producía". Como si las vivencias, una vez escritas, exorcizaran lo siniestro. Levrero es, ante todo, un escritor de lo fantasmal, un "alquimista" que trabaja con espectros íntimos y detritus de la experiencia. Continuidad de los parques levrerianos: entre aquel Lugar y esta "luz" de La novela luminosa , la misma incertidumbre.

Concebida a partir de la concesión de la beca Guggenheim, la última obra de Levrero consta de un extenso prólogo de más de 400 páginas (el "Diario de la beca") y la "novela luminosa" propiamente dicha, inconclusa por decisión de su autor. Narrada en estricta primera persona, como casi todo el resto de su obra, parece modular el laberinto espiritual -una suerte de "psicosis voluntaria"- que expresa a Levrero: la brillante bifurcación de una subjetividad que, sobre los huecos de la realidad inmediata, juega a componer y descomponer una realidad íntima. El extrañamiento kafkiano de los primeros libros de Levrero se deslizó entonces hacia un vacío levemente beckettiano: no es mucho lo que se espera, pero la espera lo es todo. Esa espera despliega un inventario de la vida, donde lo que se distorsiona no es la realidad sino el individuo, esa primera persona que desmigaja a solas un tiempo mental. En esa operación se filtra un drama irónicamente plegado en la intimidad autobiográfica: el narrador, refugiado en la caligrafía, hace equilibrio en el límite de la literatura.

Levrero sostiene haber fracasado en los propósitos que lo llevaron al diario/novela ("Yo tenía razón: la tarea era y es imposible. Hay cosas que no se pueden narrar", dice) pero este fracaso resulta iluminador en otros planos.

En El discurso vacío , el autor rescata una frase de Rilke que lo impacta profundamente: "La realidad es una cosa lejana que se acerca con infinita lentitud al que tiene paciencia". Mario Levrero fue un hombre paciente, y además, de un talento enorme, lo que le permitió no sólo acercarse a la realidad, sino incluso traspasarla. "El paisaje se ve ahora limpio como antes", concluye La novela luminosa. "La calavera de la paloma parece seguir en su sitio; los huesitos del cuerpo no los veo, pero quizá estén, sí, todavía, allí."

Christian Kupchik

4:38 p. m.  

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