viernes, enero 20

Hogar monstruoso hogar


El miércoles corrí a ver Una historia violenta (D. Cronenberg) antes de que la levantaran. La sala estaba bastante llena: no debía ser el único apurado en no perdérmela. Delante nuestro estaba un gordo dándoles a nachos, pollo, papas y coca grande. Uno de los avances fue una película argentina en la que Chabán tiene un papel secundario: hace de psicólogo. Parecía malísima.
En fin, podría pensarse que todas estas banales circunstancias se diluyeron con el comienzo de la película, pero no fue tan así. De algún modo el relato de Cronenberg arranca más empeñado en reproducir nuestra civilizada parsimonia, su aparente resguardo de monstruos soñados o diurnos, que en incomodarnos. La amenaza se muestra desde un principio, es innegable, pero la vemos fuera de casa.
Lo incómodo de Una historia violenta es su paulatina demolición de nuestras expectativas. Nada es lo que parece, de acuerdo, pero eso no es todo: nada es tampoco lo que nos empeñamos en que parezca. Ni la paz doméstica, ni la redentora violencia, ni héroe alguno de todos aquéllos a los que las carteleras de mitos nos tienen acostumbrados.
A la altura de los títulos, tanto el gordo de adelante como el flaco de al lado como yo, hicimos comentarios sobre detalles insustanciales. Como ansiosos por reparar una deshecha red de certezas.