jueves, diciembre 29

La nueva generación norteamericana


“Como nación, sufrimos de una enfermedad caracterizada por la atrofia de la voluntad, por la hipertrofia del ego y la distrofia de la musculatura intelectual”. Así resume H. H. Remmers los resultados de diecisiete años de encuestas realizadas entre la población juvenil de los Estados Unidos. Como en este país la mayoría de los adolescentes estudia en el colegio secundario, las encuestas se hicieron en los colegios, con grupos de 3.000 estudiantes elegidos de tal modo que representasen todas las clases sociales, rurales y urbanas.
Las preguntas de Remmers eran claras y obligaban al estudiante a dar una respuesta precisa: “sí”, “no”, o bien “no sé”. Basta una lectura superficial para darse cuenta de que no todos los componentes de la nueva generación norteamericana han comprendido bien los postulados fundamentales de la democracia moderna; esto es, que abandonados a sí mismos no sabrían hacer gran cosa para defender los principios básicos de su Constitución, los tradicionales derechos del hombre y el libre juego político de las instituciones. Para muchos, éste es un resultado más bien deprimente.
Efectivamente, el 60 por ciento de los jóvenes aprueban en los cuestionarios la censura de los libros, revistas, diarios, radio y televisión. El 58 por ciento quisiera que la policía hiciera uso, si es necesario, de la tortura y el espionaje telefónico, y una buena parte de los interrogados considera conveniente que aquellos que no quieren testimoniar contra sí mismos sean obligados a hacerlo bajo pena de una grave condena. Al menos la mitad de los estudiantes admite que no todos podemos saber cuál es el tipo de vida que nos conviene: por lo tanto es preciso que la regla de vida más apropiada nos sea impuesta por las autoridades. El 75 por ciento, o sea, las tres cuartas partes de la población juvenil, cree que las virtudes primarias que deben enseñarse a los niños son, justamente, la obediencia y el respeto a las autoridades.
Cuando se consideran estas estadísticas hay que tener en cuenta que el porcentaje restante está dividido entre los que piensan distinto y los que no tienen todavía una opinión formada; y estos últimos a veces son numerosos. Por ejemplo, en el caso de la tortura; si bien los que la aprueban representan el 58 por ciento, los que no saben qué pensar al respecto suman el 15 por ciento; por lo tanto, los jóvenes que explícitamente la desaprueban constituyen apenas un 27 por ciento, porcentaje más bien insuficiente. Por poco que uno se detenga en estas cifras, advierte su importancia: hablan acerca de que los futuros gobiernos de los Estados Unidos serán elegidos por una población de la que
solamente el 27 por ciento desaprueba abiertamente la tortura policial.
Otro resultado de la encuesta de Remmers es la sorprendente importancia que los jóvenes norteamericanos atribuyen a la opinión de los demás, al juicio positivo o negativo de la sociedad, a la aprobación y la aceptación del grupo. En primer lugar, la mayoría de estos adolescentes desearía “gustarle más a la gente”, mejorar su propio aspecto físico, tener muchos amigos, éxito en la sociedad y complacer a los amigos en todo. Ni siquiera llegan a la mitad aquellos que afirman actuar según una decisión propia; ni siquiera llegan al 25 por ciento los que sienten estar a veces en desacuerdo con la opinión del grupo al que pertenecen; ni siquiera llegan al 18 por ciento los que no comparten totalmente los gustos de sus amigos. En cambio son muchos los que sostienen que la peor desgracia para una persona es ser “distinto” a la norma general. Las tres cuartas partes de la población escolar piensan que lo más importante que se pueda enseñar en el colegio es: “cómo comportarse con los demás”; sólo el 14 por ciento cree que la educación académica que se imparte tiene más valor que la que podría llamarse “educación social”.
Entre los universitarios, el 51 por ciento considera que para ser bien visto por los demás es mejor sacar buenas notas en los exámenes; el 72 por ciento piensa que la principal finalidad de la educación debería consistir en la formación de una personalidad sólida, y que junto a esto el estudio académico debería ocupar un lugar bastante secundario. Como demostración práctica de este desprecio por la preparación científica hay que hacer notar que el 40 por ciento de los estudiantes secundarios cree que la Tierra es el centro del universo, y que la circunferencia del globo mide 200.000 kilómetros (en lugar de 40.000).


(De J. R. Wilcock, Hechos inquietantes, 1960.)