martes, julio 26

Fascismo y escrúpulos


Durante la Guerra Civil Española, en un cuartel falangista, un coronel se dirige a sus soldados:
- ¡A ver, alguien que me diga por qué peleamos!
Los reclutas vacilan. El superior insiste, y por fin uno se anima a contestar:
- Peleamos... eh... ¡por los ideales, mi coronel!
- ¡No, soldado, no! -replica el milico- ¡Por los ideales no! ¡Los ideales están del otro lado! ¡Nosotros no tenemos ideales: peleamos por el gusto de pelear, por la alegría de la guerra!
Y tras una pausa dramática, remata su argumento:
- Y justamente por eso, es que esta guerra la vamos a ganar.

La escena, más o menos tergiversada en la memoria, pertenece a la película Fiesta (Pierre Boutron, 1996). Han pasado los años y la sigo recordando. Y no creo que la olvide.

Cuando me entero de canalladas como secuestros, desapariciones, torturas, cuerpos cayendo de aviones, cuentas suizas, bebés robados, etc., el primer impulso es la indignación: hijos de puta, asesinos, criminales... Después entro en razones, reflexiono: estos tipos no podrían haber actuado de otra manera, indignarme con ellos equivale a plantear la posibilidad de lo contrario.

Lo mismo respecto a los reivindicadores de tales canalladas. Ellos deben pensar algo así como: de qué se quejan los zurdos éstos, les ganamos una guerra y ahora lloran, los maricones...
Y bueno, sus razones tienen para pensar así, los muy hijos de puta...

Que eran capaces de hacer las cosas que terminaron haciendo, me parece que se sabía. De Uriburu en adelante, pasando por Rojas, Onganía, Trelew y las 3A, el fascismo en Argentina había demostrado con creces su falta total de escrúpulos. Al menos quienes lo combatían, sabían que al rival no le importaba nada.

Muchas cosas podrá achacársele a la militancia revolucionaria en Argentina, pero no la aplicación de la tortura. Ése fue, justamente, un argumento para diferenciarse del enemigo: no somos como ellos, no usamos sus métodos. He allí la ventaja de quien no tiene ideales (por mucho que mienta al predicar tenerlos): la práctica de la tortura fue clave en la victoria, ya que las delaciones forzadas facilitaron el desmantelamiento de las células insurgentes.

Cuando se mueran Videla, Massera, Pinochet, Shaefer, Patti, Seineldín, Neustadt, Grondona, Gelblung, Palito Ortega, Primatesta y tantos otros, al menos procuraré comerme un rico asadito como cuando espichó Suárez Mason. Es lo que hay, y agradezco tener para la carne y el vino. Me sumaría a los reclamos por Justicia, pero dudo: demasiado consensuado está eso de identificarla con Cárcel.

Desde este casi insignificante espacio, afirmo: la cárcel, ese diseño arquitectónico de rancia cepa fascista, no se lo deseo a nadie. Me dirán: no proponés otra cosa. Responderé: peor es proponer sin pensar.

Los fachos de este mundo ya están bien podridos ellos solitos; en ninguna otra parte se pudrirán más sino en el jonca.