lunes, noviembre 23

El negro Dolina sigue afilado

No solamente es la farándula la que está preocupadísima por el tema de la inseguridad, sino también la sociedad toda a partir del gran despliegue que los medios hacen de ese problema, que es ciertamente un problema, pero que existe también en otras sociedades sin que se produzca un fenómeno con el énfasis con el que se está produciendo en la Argentina. La farándula se hace eco de esa circunstancia, que a mí me parece que le pone una especie de glamour, les pone cierta gracia y hasta cierta simpatía a algunos pensamientos que habitualmente no son simpáticos, glamorosos ni graciosos. En la Argentina yo tengo la sensación de que la derecha se ha adueñado del sentido común. Pensamientos que hasta no hace mucho eran vergonzantes se explican ahora públicamente incluso con orgullo. Y cuando figuras muy conocidas adhieren a esos pensamientos y le ponen su cara famosa y hacen su testimonial, entonces las muchedumbres se entusiasman. Ese pensamiento tiene otro aval. Los medios saludan las opiniones de la derecha, las auspician, las festejan, y ahora la farándula las firma con su prestigio. Yo no considero que esté mal que un artista se pronuncie individualmente. Y desde luego puede tener opiniones de derecha. No debe combatirse eso. Cómo vamos a prohibirle a Susana Giménez que diga lo que piensa.
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Yo diría que, simplificando mucho, podría leerse así: el neoliberalismo desea un Estado ausente, desea que el Estado no intervenga en su prosperidad. Que no venga a recortarla, por ejemplo, con impuestos. Ahí desean que los mercados actúen y que eso provoque naturalmente la riqueza de unos y la pobreza de otros. Pero claro, cuando se produce la riqueza de uno y la pobreza de otros van quedando –y así ha ocurrido históricamente en la Argentina– fuera del mercado de consumo muchísimas personas que pierden su trabajo, que se ven acorralados en unas formas de vida cada vez más marginales, más miserables. Parte de esa gente reacciona. ¿De qué manera? Tiene empleos irregulares, cartonean, protestan, hacen piquetes, y llegado el caso delinquen, porque ha sido eliminada del mercado de consumo y de producción y algo tienen que hacer. Ahora bien, cuando se produce este fenómeno, cuando esas masas irrumpen de distintas formas, siempre de maneras desagradables naturalmente para los buenos burgueses que han prosperado, estas personas que antes eran partidarias del laissez faire, laissez passer, que querían que el Estado se mantuviera ajeno, entonces exigen que ese Estado intervenga. Ya no es para regular qué se planta y dónde, sino para reprimir. Y entonces aparece el tema de la inseguridad. Y aparece el sentido común: a las personas que tratan de apoderarse de lo que es nuestro entonces hay que castigarlas, que encarcelarlas, y llegado el caso, matarlas. Esa es a grandes rasgos la ideología que impera. En algunas personas ciertos sucesos les producen unas reacciones emocionales que fácilmente las precipitan en este pensamiento. Ahora bien, generalmente la gente de la farándula pertenece a los que están en peligro de que los roben y por ahí sus beneficios sean reducidos, etcétera. Naturalmente producen una reacción de clase, una reacción de la clase dominante que se ve amenazada por algunos emergentes que son resultado de gravísimos problemas sociales que este país tiene. Quiere decir que sí, son representantes de una clase dominante, y sí, configuran claros panoramas del pensamiento de derecha. Por más que este pensamiento esté adornado de florilogios republicanos como la libertad, derecho a transitar libremente, a comprar y a vender, a comerciar y a tener una propiedad privada que es inviolable. Y cuando ese pensamiento se tiñe de intolerancia, tenemos derecho a nombrarlo como fascismo. Una de las características principales del fascismo es que las culpas no provienen de acciones de las personas sino de pertenencias a los grupos. Uno es culpable no por haber hecho algo, sino por pertenecer a un grupo que ya a priori es considerado culpable de todos los males. Todo esto debe preocuparnos porque genera en la sociedad argentina una pulsión de violencia, un ansia desmedida de castigo. Yo creo que es preferible la admisión de un cierto grado de intensidad del delito a la creación de un cuerpo de represión tal que para impedir ese grado de delitos se convierta en una tiranía insoportable para todos nosotros.

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