Truman Sorrentino, el cazador oculto
Por Rodrigo Fresán
UNO
Truman Sorrentino se crió y creó en una Nueva York distinta a la de hoy: sin discos de Bob Dylan ni películas de Scorsese ni novelas de John Cheever ni relatos de Chuck Palahniuk. Lo que nos lleva a pensar que el tipo se las arregló solo. Eppur si muove!
DOS
La sucia mueca de la realidad es la confesión de un bastardo. Pura honestidad brutal. Sorrentino sabe de qué hablamos cuando hablamos de drogas y a qué sabe la vida en los tugurios. La sucia mueca de la realidad es su segunda novela: en la primera, El asco de todos los días, hilvanaba con sabiduría una docena de historias de perdedores y la máquina (la novela) funcionaba. En la segunda, el perdedor era uno solo: su alter ego, un tipo que, como decía mi mejor amigo, Roberto Bolaño (no el chavo, el chileno), vivía "entre paréntesis", esperando una de esas oportunidades que no llegan jamás.
TRES
En la Little Italy de su infancia, Sorrentino repartió pescado podrido, levantó quiniela para un gángster, administró un lupanar y, en sus ratos libres, leyó alguno que otro libro, nunca demasiado interesante. Así se forjó este escritor magistral: sin padres, y sin embargo con muchos hijos putativos. La Academia Sueca le niega sus favores. Mis amigos y yo lo incluimos en nuestro canon de este semestre.
CUATRO
Lo que nos lleva a pensar en la influencia de Truman Sorrentino sobre los escritores de hoy. Incluyéndome. El enigma, claro, es una pregunta sin respuesta. Todo enigma lo es. La sucia mueca de la realidad parte de una premisa: esta vida es una mierda, pero hay que vivirla. ¿Qué otro remedio tenemos? La respuesta, mis amigos, está soplando en el viento.
CINCO
En las novelas de Truman Sorrentino, los personajes vomitan. Una y otra vez. Cuando un jovencísimo amigo de Arthur Clarke le preguntó por qué lo hacían, Sorrentino se llevó los dedos a la garganta por toda respuesta.Hete aquí un verdadero precursor de los minimalistas.
SEIS
Lo que nos lleva a pensar en el gobierno de Rodríguez Zapatero y en la reciente renuncia del secretario de Pesca, un tema del cual los españoles y yo nos hemos desayunado el lunes pasado, a la hora del desayuno. Parece que el tipo estaba liado con una espía del PP, una de esas golfas psicóticas que tanto y tan bien ha descrito Sorrentino, acaso porque ha vivido y la gente que ha vivido sabe ciertas cosas que los demás ignoran. O sea.
SIETE
A ver: hay que estar esa noche en el Madison Square Garden, cuando la gente vomita y todo es un maremágnum de apostadores enfurecidos y un olor rancio en el ambiente. Sorrentino es de la clase de especímenes que disfrutan (diría, paladean) esa clase de episodios. Lo que nos lleva a pensar en la Nueva York decadente posterior al Crack que también fue un boom para la sensibilidad de los hombres sensibles. Y Sorrentino, claro, estaba en esa lista reducidísima.
OCHO
Un golpe al esternón de Ernest Hemingway y una patada que hizo abortar a la siempre indiscreta Dorothy Parker lo marginaron de los cenáculos de su época. Por eso, su bien ganada fama de escritor le llegó post mortem. Truman Sorrentino se despidió de este mundo en 1940, a los 37 años, y se convirtió en un cadáver bien parecido. Como James Dean. Como Jim Morrison. Como Garrafa Sánchez. Pero antez.
NUEVE
En las noches que el alcohol y Zelda lo dejaban, Francis Scott Fitzgerald decía que podía escribir mejor que Sorrentino si y sólo si se ataba las manos y padecía una hemiplejía. James Joyce no se tomó el trabajo de leerlo, ocupado como estaba en esa jerigonza sin fin que es el Finnegans Wake. Virginia Wolf lo llevó a Londres y quiso introducirlo en el círculo de Bloomsbury, pero Sorrentino quiso introducirla a ella y la pobre Virginia se vio obligada a aclararle que prefería las sirenas a los tiburones. Una legión de discípulos lo coloca en su sitio. Lo que nos lleva a pensar que el tiempo pone las cosas en su sitio. Y que los tiempos están cambiando.
Revista Barcelona, nro. 75
Por Rodrigo Fresán
UNO
Truman Sorrentino se crió y creó en una Nueva York distinta a la de hoy: sin discos de Bob Dylan ni películas de Scorsese ni novelas de John Cheever ni relatos de Chuck Palahniuk. Lo que nos lleva a pensar que el tipo se las arregló solo. Eppur si muove!
DOS
La sucia mueca de la realidad es la confesión de un bastardo. Pura honestidad brutal. Sorrentino sabe de qué hablamos cuando hablamos de drogas y a qué sabe la vida en los tugurios. La sucia mueca de la realidad es su segunda novela: en la primera, El asco de todos los días, hilvanaba con sabiduría una docena de historias de perdedores y la máquina (la novela) funcionaba. En la segunda, el perdedor era uno solo: su alter ego, un tipo que, como decía mi mejor amigo, Roberto Bolaño (no el chavo, el chileno), vivía "entre paréntesis", esperando una de esas oportunidades que no llegan jamás.
TRES
En la Little Italy de su infancia, Sorrentino repartió pescado podrido, levantó quiniela para un gángster, administró un lupanar y, en sus ratos libres, leyó alguno que otro libro, nunca demasiado interesante. Así se forjó este escritor magistral: sin padres, y sin embargo con muchos hijos putativos. La Academia Sueca le niega sus favores. Mis amigos y yo lo incluimos en nuestro canon de este semestre.
CUATRO
Lo que nos lleva a pensar en la influencia de Truman Sorrentino sobre los escritores de hoy. Incluyéndome. El enigma, claro, es una pregunta sin respuesta. Todo enigma lo es. La sucia mueca de la realidad parte de una premisa: esta vida es una mierda, pero hay que vivirla. ¿Qué otro remedio tenemos? La respuesta, mis amigos, está soplando en el viento.
CINCO
En las novelas de Truman Sorrentino, los personajes vomitan. Una y otra vez. Cuando un jovencísimo amigo de Arthur Clarke le preguntó por qué lo hacían, Sorrentino se llevó los dedos a la garganta por toda respuesta.Hete aquí un verdadero precursor de los minimalistas.
SEIS
Lo que nos lleva a pensar en el gobierno de Rodríguez Zapatero y en la reciente renuncia del secretario de Pesca, un tema del cual los españoles y yo nos hemos desayunado el lunes pasado, a la hora del desayuno. Parece que el tipo estaba liado con una espía del PP, una de esas golfas psicóticas que tanto y tan bien ha descrito Sorrentino, acaso porque ha vivido y la gente que ha vivido sabe ciertas cosas que los demás ignoran. O sea.
SIETE
A ver: hay que estar esa noche en el Madison Square Garden, cuando la gente vomita y todo es un maremágnum de apostadores enfurecidos y un olor rancio en el ambiente. Sorrentino es de la clase de especímenes que disfrutan (diría, paladean) esa clase de episodios. Lo que nos lleva a pensar en la Nueva York decadente posterior al Crack que también fue un boom para la sensibilidad de los hombres sensibles. Y Sorrentino, claro, estaba en esa lista reducidísima.
OCHO
Un golpe al esternón de Ernest Hemingway y una patada que hizo abortar a la siempre indiscreta Dorothy Parker lo marginaron de los cenáculos de su época. Por eso, su bien ganada fama de escritor le llegó post mortem. Truman Sorrentino se despidió de este mundo en 1940, a los 37 años, y se convirtió en un cadáver bien parecido. Como James Dean. Como Jim Morrison. Como Garrafa Sánchez. Pero antez.
NUEVE
En las noches que el alcohol y Zelda lo dejaban, Francis Scott Fitzgerald decía que podía escribir mejor que Sorrentino si y sólo si se ataba las manos y padecía una hemiplejía. James Joyce no se tomó el trabajo de leerlo, ocupado como estaba en esa jerigonza sin fin que es el Finnegans Wake. Virginia Wolf lo llevó a Londres y quiso introducirlo en el círculo de Bloomsbury, pero Sorrentino quiso introducirla a ella y la pobre Virginia se vio obligada a aclararle que prefería las sirenas a los tiburones. Una legión de discípulos lo coloca en su sitio. Lo que nos lleva a pensar que el tiempo pone las cosas en su sitio. Y que los tiempos están cambiando.
Revista Barcelona, nro. 75
1 Comments:
Muuuuuuuuuuuuuuy bueno!!!!!!!
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