viernes, julio 5

Secuelas indeseadas

Si tuviésemos que resumir en una palabra el tipo de escritora que es Joan Didion, probablemente la respuesta sería que es, ante todo, una investigadora. “La información es control” ha sido siempre uno de sus lemas, y supo aplicarlo tanto en sus trabajos (la literatura, el periodismo, los guiones para cine), como en las circunstancias concretas de su vida personal.
En este último aspecto se concentra Noches azules, una “no ficción” autobiográfica en que la autora desmenuza, a su manera fría, cerebral, “quirúrgica” por momentos, las circunstancias del fallecimiento de Quintana, su hija adoptiva de 39 años. Un libro que si bien puede leerse de manera autónoma, también funciona ineludiblemente como secuela de El año del pensamiento mágico (2005), donde Didion se refiere a la repentina muerte de John Gregory Dunne, su marido, también escritor, ocurrida justamente en el marco de las primeras internaciones de Quintana.
La literatura surge entonces como una secuela de la propia vida, en el sentido de que la autora elige valerse de ella, y de su particular manera de encararla, para afrontar esa clase de sucesos que justamente conspiran contra sus supuestas “armas” literarias: el plan, el cálculo, la confianza absoluta en el raciocinio como fuerza organizadora.
La publicación de El año del pensamiento mágico prácticamente coincidió con la muerte de Quintana, y ambos sucesos desembocan en Noches azules, donde si bien el duelo aparece como tema, ya no es el principal. Como si ambas pérdidas ya hubieran sido asimiladas durante la escritura del libro anterior, y ahora aquella reflexión diera lugar a otra, no menos incisiva: la de asumir no ya lo perdido, sino lo que queda aún por perder.
Sin embargo no sería justo referirnos a Noches azules como un libro meramente reflexivo, puesto que Didion, aún en las circunstancias más penosas y agobiantes (y quizás como un antídoto para éstas), no deja de revelarse como una narradora sensible y eficaz. Es entonces que emerge una y otra vez el relato, y con éste una apuesta, nada complaciente por cierto, a la vida.        
Las vivencias que recupera Didion, tanto pasadas como del presente autobiográfico más inmediato, nos remiten a un sector social en particular: el de una clase media-alta norteamericana ilustrada y cosmopolita. Asistimos entonces a diferentes escenas en la vida de los Dunne-Didion, quienes así como se codean con el lujo y las luminarias de Hollywood, también sufren la enfermedad y la muerte a su particular manera. Ese arco de experiencias es retratado, tanto en Noches azules como en El año del pensamiento mágico, con un detalle y precisión casi antropológicos que no llegan a eclipsar, sino al contrario, las emociones de la aparentemente fría Didion.
Por momentos puede resultar cansadora toda esta moda actual de la autorreferencia. Pero como moda que es, pasará. Y entre lo que quede, seguramente encontraremos unos cuantos pasajes de Noches azules. Por ejemplo los que aluden al tópico del título: ese período del año, previo al solsticio de verano, en que entre el día y la noche se interpone un lapso de luz azul que viene del cielo y tiñe todo lo demás. Instantes en que el día pareciera resistirse a abandonarnos, pero que en otro sentido, preanuncian la inminente oscuridad.